A quien pueda interesar
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, marzo - Cartas inspiradas se cruzan entre algunas prisiones de la Cuba del picadillo de soya. Cartas de ansiedad por una piel del sexo opuesto, de párrafos bordeados por dibujos de flores, corazones y unicornios, todas encabezadas por una frase impersonal y burocrática,
al estilo del papeleo nacional: A quien pueda interesar.
Nadie sabe si amorosa, nadie si lujuriosa, esa correspondencia tiene en sus autores a reos sin pareja "en la calle", así imposibilitados de compartir, cada cierto tiempo, esa extraña intimidad entre marido y mujer, conocida en los medios carcelarios como "El Pabellón".
Criminal, pretender en esta crónica juzgar a los involucrados. Los humanos somos como somos; nuestras carnales necesidades no dejan de existir ante circunstancias presidiarias, aún cuando la desnutrición y el estrés disminuyan el deseo, bajen la potencia o corten la
sensibilidad. La carne es débil, para beneficio y felicidad del género humano.
Por supuesto, todo cuenta con la autorización de las jefaturas penales, devenidas intermediarias de los escarceos enrejados, tanto como otras personas vinculadas al mundo carcelario, éstas en papel de carteros o Celestinas. Ustedes saben, cuando hay hombre y mujer de por medio, se
impone recadera, consejera y enredadora. Sin perjuicio, caballeros, de ¡cómo nos gusta a nosotros!
Descarnadas, descarnadamente simples, esas cartas de lujurias y presidios. Pero algunas, en mis manos, sorprenden por su delicadeza, por el modo de expresar un deseo de aguas de manantiales ocultos tras los vellos púbicos, por cómo se sueña con puestas de sol y amaneceres de
abrazos sobre arenas de una playa. Así de simple: a quien pueda interesar.
De Toledo a Manto Negro; de Manto Negro a Toledo, primero las cartas y después las personas. Esposadas, quizás. Pero a "El Pabellón". Siempre acompañadas de crudas bromas de la población carcelaria.
- Rubio, deja a La China; pruébame a mí -grita una gordita de Manto Negro.
- Niña, ¡si tú supieras lo que tengo! -vocifera un mulato envidioso de Fredesvindo, un cincuentón de más cerebro que posibilidades.
¿Nace el amor? ¿Por qué no? Dice el refrán que de la cárcel se sale, aún cuando en el mundo del presidio acechen traiciones. A algunos presos sus colegas de galera les han interceptado las cartas. Otros, tras su paso por "El Pabellón", han
recibido desde Manto Negro un recado epistolar: "Fulano, que no venga más a comer y a dormir".
Una institución mundial, entretanto, hace de las suyas: las "suegras". En la medida que surgen las parejas, las madres se conocen, se visitan, juntas comparten los esfuerzos tremendos de las madres de los presos, en la Cuba del picadillo de soya. Parte por solidaridad, parte por
el aquello de "vamos a ver con quién se enredó mi hijo".
Las "viejas", como siempre, incorregibles.
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