Historia no divulgada
Claudia Márquez Linares, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, marzo - Justino, el paralítico, ha muerto. No fue una estrella de cine ni un político de palabras elocuentes. Solía ubicarse a un costado del atrio de la Iglesia de la Catedral con una vasija entre las manos. Saludaba con humildad a los feligreses, cubanos o
extranjeros, que se disponían a participar en la misa dominical. Su rostro siempre sudoroso, mostraba el cansancio de sus sesenta años. Vivía de la bondad de quienes pasaban por su lado.
Conseguir las moneditas en dólares que le proporcionaban el sustento en los últimos tiempos no le resultaba nada fácil. La orden que se le había dado a la policía del Casco Histórico (zona del municipio Habana Vieja donde aún existen
construcciones de la época de la Colonia o restos de ellas) era que no dejasen estar por allí a nadie mendigando detrás de los turistas. En múltiples ocasiones llegaba una guagüita blanca, conocida como Gaviota, y cargaba con todos los mendigos de la Plaza de la
Catedral. Justino me contaba cómo lo sacaban a la fuerza y de la ocasión que un policía arremetió a bastonazos contra su silla de ruedas amenazándolo para que no volviese por allí.
Una vez, cuando lo vi sin su silla, recostado en el piso, le pregunté qué le había ocurrido. Me respondió que la policía no se la quería devolver.
Muchas personas, principalmente mujeres con niños y ancianos, viven de las limosnas de los turistas que pasean por la Habana Vieja. La policía los controla y persigue. El objetivo no es otro que ocultar que la mendicidad se ha convertido en una manera de sobrevivir para mucha
gente, tal como sucede con otros males, como la droga y la prostitución, que crecen a la sombra del turismo.
Cuando pregunté el pasado domingo por Justino, me contaron lo sucedido. En esta ocasión el disgusto con la policía había sido mortal. Este enfrentamiento le provocó un fuerte dolor en el pecho. Murió de un infarto en el hospital.
Esta historia no aparecerá jamás en un diario ni en una revista cubana. Tampoco en los noticieros estelares de la televisión. Quienes deciden qué se difunde en Cuba silencian que aquí hay mendigos, que la policía trata de ocultar a los ojos de los
extranjeros. Esa no es una imagen que se ajusta a un pretendido sistema paladín del respeto al ser humano. Ocultar los males es uno de los modos que han ideado para eliminarlos.
Y cada domingo, cuando recorro las calles de la Habana Vieja, a cada paso veo a ancianos e impedidos físicos que exhiben su miseria. La policía sigue ahí cada vez más numerosa. No creo que la orden haya sido revocada. Sólo sucede que la mendicidad en Cuba es
persistente, como el propio sistema que la genera.
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