Embargo, encuestas y prioridades
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, marzo - Encuestas realizadas en Estados Unidos muestran un creciente rechazo del pueblo norteamericano a la política de sanciones unilaterales practicada por Estados Unidos hacia Cuba. Según Gallup, 71% de los estadounidenses favorecen relaciones diplomáticas
plenas con Cuba, y 51% apoya el fin de las sanciones.
A su vez, un sondeo de opinión hecho en La Habana durante el verano de 1999 por la Cooperativa de Periodistas Independientes (CPI) evidenció que 90% de 200 entrevistados opina que la política de sanciones de Estados Unidos es responsable "en o menos de la mitad" de
la mala situación existente en Cuba, y 89% responsabilizó "en mucho o bastante" al gobierno de Fidel Castro como causante de dicha situación, descrita por los sondeados en estos términos: 62% quiere emigrar a Estados Unidos o a otro país; 93% no se siente
contento con su situación económica; 88% opina que ni ellos ni sus familias están bien alimentados, y 96,5% dijo que necesitan dólares para completar una buena alimentación.
Exquisitez académica aparte, sobre todo en el caso de la encuesta de CPI, dadas las anormales circunstancias en que llevó adelante su investigación, algo resaltante al comprar ambos sondeos es la lejanía notable que en ellos se evidencia entre lo que piensan los
pueblos norteamericano y cubano, y los discursos y acciones de sus respectivos gobiernos. Castro culpa al embargo y sus derivados de las desgracias de Cuba, y la calle habanera le culpa a él, aún cuando reconozca una influencia de las sanciones estadounidenses. Los norteamericanos, por
su parte, condenan abiertamente el ejercicio de una política confrontacional hacia Cuba, aún cuando su grado de consenso ostente diferencias entre favorecer relaciones diplomáticas plenas y eliminar el embargo y sus derivados. A gritos, ambos pueblos piden distensión.
Desde luego, la pregunta que se las trae es quién da el primer paso: ¿La Administración Clinton, el gobierno de Fidel Castro? Una discusión eternamente bizantina podría intentar el hallazgo de la respuesta. Por el lado del Potomac cabría interrogar si Cuba
es asunto de política externa, o prioridad doméstica, sobre todo después que el Pentágono declaró a la Isla como amenaza militar finiquita. Por el pestilente río habanero Almendares, a su vez, y un poco tratando de descifrar las motivaciones del liderazgo
isleño, valdría recordar al destacado historiador y diplomático estadounidense George Kennan, quien al evaluar en 1984 las reticencias de los entonces líderes soviéticos para emprender un camino de transformaciones -antes de Gorbachov, antes de la perestroika-
apuntó: "...están muy comprometidos personalmente con las principales decisiones políticas y alcanzadas, y no las pueden cambiar de manera repentina o frívola. Añádase a esto la inercia inherente a las vastas y arrogantes burocracias sobre las que estos
hombres presiden... y se verá que éste es un sistema político muy pesado e inflexible, que difícilmente adoptará decisiones audaces, imaginativas y de largo alcance, sobre todo cuando deben ser INICIADAS (subrayado por mí) por hombres ancianos cuyas ideas
están firmemente fijadas".
Comparar los dramas políticos de las vastas extensiones de una fría ex-Unión Soviética con los de la pequeñez tropical y cumbanchera de la Cuba de Fidel Castro puede parecer exagerado; no obstante, el párrafo de Kennan invita a reflexiones, la primera de
las cuales hace preguntar quién está en más condiciones de ser magnánimo y audaz: si el vencedor de la Guerra Fría, o si el jefe de gobierno de un país pequeñito, casi "aldea perdida en el orbe", viciada hasta la médula de localismos,
lo mismo en su barrio de Miami que en su vecindad de La Habana. Hechos, hechos tercos: la lógica política de Estado como el cubano inclina al pronóstico pesimista de una voluntad de cambios presente en las estructuras de poder isleñas. Diez años de llamado período
especial prueban que las mismas sólo reaccionan de manera adaptativa ante lo inevitable y consumado, por lo general inducido desde el exterior, como cuadra a una economía y sociedad sumamente vulnerables a las coyunturas foráneas. Ejemplo palmario: Ricardo Alarcón,
presidente del parlamento cubano, calificó a las medidas tomadas por la Administración Clinton el 5 de enero de 1999 como "nuevos planes del imperialismo", aún cuando está por ver qué de subversivo, en la lógica del poder cubano, tiene el
restablecimiento del servicio postal directo entre Cuba y Estados Unidos, para citar un ejemplo. Pero después, cuando los hechos consumados de la aplicación de dichas medidas, destinadas según Clinton a flexibilizar el embargo y sus derivados, tuvieron efectos en la Isla, las
autoridades cubanas se han mostrado más bien colaborativas: Western Union abre oficinas en ambos países, a toda marcha, para tramitar la ampliación de las remesas autorizada por Clinton, al tiempo que el mismito Alarcón de las agresivas declaraciones afirmó al
diario Granma, sólo tres meses después de éstas, que La Habana tiene toda la disposición de facilitar los intercambios culturales y deportivos con Estados Unidos. ¡Otra de las medidas autorizadas por Clinton!
Los tercos, los tercos hechos, están diciendo a Estados Unidos cómo lidiar con Cuba, lo cual no impide solidarizarse con un pueblo ansioso de libertad, en muchas maneras, la mejor de ellas entre pueblo y pueblo. Desde la política de la Unión, convivencia pacífica:
no sanciones, pero tampoco preferencias si no existe democratización bajo normas internacionalmente aceptadas. Desde la sociedad civil norteamericana, profunda solidaridad con los anhelos de libertad política y justicia social. George Kennan lo recomienda.
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