¡Ahora sí rompimos el bloqueo!
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, marzo - La tarde del 29 de febrero parecía transcurrir en paz. Los planes previstos en mi agenda aparentaban marchar de acuerdo con los pronósticos, y los taxis privados de a diez pesos que circulan por la calle Zanja invitaban a dejar la bicicleta en el parqueo. Pero
desde lo profundo de mi estadística vital una señal de patas arriba se anunciaba. Los días del mes cuyos números concluyen en uno o nueve son, para mí, señalados. En bien o en mal, pero señalados.
Debía asistir a una reunión de disidentes convocada para las dos de la tarde. Hacia allí pensaba encaminarme hasta el momento en que presentose la pandilla de interrupciones. Lucas Garve, la pareja de Los Flacos, mi amigo Armando -cuya lengua viperina le ha ganado el mote de
Armando Brete-, el cobrador de la luz, la yerbera del barrio, todos portadores crípticos de un mensaje: no salgas a la calle, que la calle "está en candela". Para colmo, 29 de febrero; bisiesto de año terminado en cero... ¡Pa' su escopeta!
Casa llena de gente y cafeteras van y vienen, humo de cigarrillos y cuero general, en día señalado, que de paso es buen pretexto para retomar un tema, sugerido por las vivencias, claro está, de un día señalado: el del papel de las comunicaciones en la destrucción
del totalitarismo. Por algún lado escribí mi consigna: "con la comunicación todo, contra la comunicación nada". Una forma de oponerme a la política de sanciones económicas unilaterales de Estados Unidos hacia Cuba, sin hacer mutis sobre la censura
oficial cubana, cada vez con más olor de dinosaurio. Aquéllas obstaculizan la interacción entre estadounidenses y cubanos, y entre estos últimos, en tanto que la llamada libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista, y los etcéteras,
conducen a los criollos a venturas y desventuras como las de mi amigo Fernando.
Actor de profesión, saltimbanqui de la supervivencia al estilo y la mecánica nacional, y personaje prominente del underground gay de La Habana, Fernando intentaba desde una semana atrás hacerse de un fax que le fue enviado a través de vías oficiales, contentivo
de una invitación formal para impartir un curso de actuación en un país europeo. La "vía oficial" admitía la recepción del documento. Sólo que el papel de marras se escurría entre el Consejo Tal y la Dirección Más Cual,
mientras Fernando iba de un lado a otro entre coños y carajos, por lo que decidió aparecer por mi atestada vivienda, en día señalado, para, con mi permiso, beneficiarse de mi telfax INDEPENDIENTE. Idea clara, efectiva: los anfitriones le envían el fax a través
mío, y él lo presenta en la instancia burocrática que lo exige.
- ¡Coñó, compadre, y pa'eso viniste aquí! Si hubieras dado mi número a tus amigos, ya el fax estaría en tu poder -dije a Fernando.
Dos, tres horas después, Fernando se abrazaba, casi ronroneante, al fax bendito, llave de cerradura y combinación de caja fuerte; al tiempo que, más gay que nunca, decíame:
- ¡Ahora sí rompimos el bloqueo!
Más que la anécdota, la frase, ilustrativa de cómo se percibe en la Isla el fondo de las carencias comunicacionales del cubano de a pie, para quien "romper el bloqueo" no es rejuego de alta política, sino cambio, redefinición concreta de su dura
circunstancia individual. Las cifras dicen por sí mismas: 3,8 líneas telefónicas por cada cien habitantes, al cierre de 1999. Aún así, imaginemos un fax en cada una de esas líneas telefónicas. Los venden en Cuba, por cierto, a quien tenga la plata
para adquirirlos. Una vez propuse al Gobierno de Estados Unidos ampliar el límite de las remesas, para el propósito específico de comprar ese equipo. Enorme, el caso que me han hecho. Tanto como a Fernando el Consejo Tal y la Dirección Más Cual, cual dos caras de
la misma moneda. Mas, ¿qué me digo? ¿Comparar a Cuba con Estados Unidos? Nada, eso me pasa por escribir en días fatídicos.
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material informativo, siempre que se le reconozca como fuente.
|