CUBANET ...INDEPENDIENTE

21 de julio, 2000



Picnic con lobos

Ricardo González Alfonso

LA HABANA, julio - La fábula del lobo disfrazado de oveja para ganarse la confianza de sus víctimas mantiene vigencia. Parece que el viejo ardid aún da algún resultado. Sí, debe existir un motivo -tal vez la ingenuidad de los corderos- para que la policía política de Cuba persista en esa estratagema.

El enmascaramiento comienza por cambiar el significado de algunos términos. No se arresta, sino se cita y conduce. Ahora las esposas son unas sonrisas casi francas. El interrogatorio se llama entrevista. En vez de cuartel, el escenario es una residencia enclavada en las afueras de la ciudad. El calabozo se sustituye por una sala con muebles cómodos, aire acondicionado y un televisor. Y en vez de la tradicional lámpara enceguecedora, y los gritos de "¡habla, habla!", ofrecen una merienda y dicen amablemente: "Conversemos". Es casi una excursión campestre. Pero no se engañe: se trata de un picnic con lobos.

Muestras de esta modalidad represiva hay muchas. Me referiré, por conocerla mejor, a una de esas giras turísticas-policiacas en la que me "invitaron" a participar.

Dos oficiales de la Seguridad del Estado vestidos de civil llegaron a mi casa a las 8:45 de la mañana de un sábado. Me mostraron una citación para ese día y hora, y me llevaron en un auto marca Lada de color rojo con matrícula particular HM 07280. Cuando estábamos cerca de nuestro destino, a unos quince kilómetros del lugar donde resido, me pidieron que mantuviera la cabeza por debajo de la ventanilla. Propuse cerrar los ojos hasta que me avisaran. Aceptaron. Al poco rato estaba en una vivienda oculta por una empalizada.

Antes de iniciarse la conversación en una saleta confortable uno de los oficiales me preguntó cortésmente: "¿Qué desea tomar? ¿Cerveza, ron? Tenemos lo que usted quiera".

- Agua -respondí.

Salió el gendarme devenido en anfitrión. Regresó poco después con una empleada. Ella colocó sobre una mesita una fuente con cuadritos de jamón y queso, y otra con galleticas. A mis captores les sirvió sendos vasos con jugo. Ante mí puso una copa con una bebida alcohólica de color dorado. "Yo sólo quiero agua", insistí. Enseguida me la trajeron, pero no retiró la copa. "Es una lástima, es ron añejo, y se va a evaporar", comentó uno de ellos, como sugiriendo que el encuentro tardaría muchas horas. Tal vez más.

Dialogamos sobre muchos temas. Desde asuntos familiares de poca monta -supongo que pretendían descubrir algún "secreto" biográfico- hasta de alta, media y baja política. Procuraron desprestigiar a cuanto disidente recordaban. Refuté sus criterios. Después comentaron, como quien no quiere la cosa, de la reunión que debía tener a las dos de la tarde con media docena de bibliotecarios independientes, reunión que -naturalmente- ya daba por suspendida. Hasta que al fin expusieron uno de sus objetivos: ¡Reclutarme! Por supuesto, me negué categóricamente. De nada les valió que me ofrecieran villas y castillos.

Más tarde pasamos a otros temas triviales hasta que uno de los dos, para provocarme, me llamó colega. "¡Cómo!", contesté simulando asombro, "¿usted es de la prensa independiente?" Los tres reímos. Para ese entonces los polizontes habían devorado las galleticas y los cuadritos de jamón y queso, y habían tomado un par de vasos de jugo cada uno; mientras que yo, dos o tres de agua.

No sé por qué sentía que el televisor, que permanecía apagado, me vigilaba. ¿Tendría adentro una cámara de video? ¿O se trataba de un chispazo de paranoia circunstancial? Por si acaso lo saludé con jocosidad.

Me convidaron a almorzar. Rehusé. Pero me indicaron que debía sentarme con ellos, aunque no comiera. Sirvieron una fuente con potaje de frijoles colorados, otra con arroz, una más con papitas fritas y por último otra con cuatro bistés. Yo continué con mi menú de H2O. "Aquí hasta el agua está envenenada", pensé. Claro, no me refería a que contuviera cicuta o estricnina, sino insidia.

Cuando los polizontes terminaron de comer, se esforzaron muchísimo para que me llevara los dos bistés. No acepté.

Era poco más de las dos de la tarde cuando me anunciaron que regresaríamos. Por el camino, el que manejaba me pidió que al llegar lo dejara ir al baño.

"Estamos cerca de una Unidad de la Policía, vaya a ella", dije.

"Eres implacable. Nosotros te hemos tratado bien".

"El escenario quedó atrás, y ya terminó la farsa", precisé.

Me dejaron a tres cuadras de mi domicilio. Al entrar me esperaban mi esposa y cuatro de los directores de bibliotecas independientes con quienes me reuniría. ¡Vaya celada la que me prepararon aquellos agentes! ¿Qué hubieran pensado mis compañeros si llego de un arresto con aliento etílico, dos bistés y para colmo, uno de los oficiales pasa al baño como un viejo amigo de la familia?

Esos son los colmillos filosos, los envenenados, los peligros de un picnic con lobos.



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