Mercado de ilusiones
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, febrero - Nacía el año 1954 y con él se inauguraba el Mercado de Carlos III. Nadie pudo imaginar que pasados unos años y prestar grandes servicios a la población, este centro comercial sería clausurado, abandonado, convertido en almacén
por sucesivas oleadas de decisiones erradas durante décadas. Luego vino a resurgir como tienda de artículos inalcanzables para un pueblo que sólo vive un presente de esperanzas incumplidas.
Esta edificación, situada en una de las principales arterias capitalinas -de donde tomó su nombre- asumió, conjuntamente con la Plaza de Cuatro Caminos, la distribución de un alto por ciento de los artículos alimenticios frescos y a bajos precios para consumo
de la población. Recordamos con nostalgia nuestras correrías sabatinas juveniles has altas horas de la noche. El hambre martirizaba y pedía a gritos la reposición de las energías perdidas. Pero no importaba, allí estaba el Mercado y con poco dinero se
lograba mucho. Dejó de ser refugio para los humildes. Ya forma parte del pasado.
En 1961 se cerraron sus puertas. Apenas hasta 1962 algunos locales exteriores en la planta baja se habilitaron como carnicerías y pescaderías. A partir de esa fecha todo terminó. Se convirtió en almacén de productos agrícolas o de cualquier cosa. Pasaron
los años y nada cambió. Treinta y siete años de inmovilismo como el resto de la sociedad. Llega 1997. Sorprendente actividad. Remodelación completa. Funcionarios gubernamentales y empresarios españoles e italianos juntos en el frenesí de las labores. Se
prepara el renacer del centro comercial.
Reabre sus puertas en el otoño de 1998. La carga luminarias bien colocadas, los llamativos diseños y ornamentación en cada uno de sus múltiples departamentos, la rampa interior que intercomunica sus cuatro niveles, las atentas y bellas empleadas que nos colman de
atenciones, los novedosos artículos que se ofertan, la música indirecta instalada, sus restaurantes, cafeterías y bares; todo contribuye a que volvamos a recordar con nitidez la última abundancia.
Pero todo se derrumba ante la realidad: las ventas, absolutamente todas, se realizan en dólares o monedas fuertes equivalentes. El peso cubano no vale nada. Tampoco nuestros ciudadanos. Una vez más nos sentimos vejados, excluidos, relegados a la última categoría
social en nuestro país.
Solamente un 8 a 10% de la población tiene acceso a las remesas familiares, pertenece al privilegiado sector laboral que atiende el turismo internacional o posee en su núcleo familiar una agraciada joven dispuesta a ejercer la más antigua de las profesiones. Estas son las
tres fuentes que alimentan la posesión de moneda fuerte en Cuba. Existe otro surtidor, pero eso es utilizado exclusivamente por los altos funcionarios corruptos. No todos tienen la oportunidad, los medios y la jerarquía para abrirlo.
El Mercado de Carlos III, para la inmensa mayoría de la población habanera, privada del ábrete sésamo cambiario, no fue reabierto. Continúa cerrado a sus esperanzas, expectativas y necesidades más apremiantes. Su reapertura es nada más que un sueño.
Ilusiones vencidas por el tiempo y los buenos recuerdos de ayer.
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