Agua que no has de beber
Carlos Castro Alvarez, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, febrero - Hace unos días, al leer el periódico Juventud Rebelde, encontré un artículo que ciertamente no puede precisar si me impresionó, causó indignación o risa.
En dicho artículo cuentan que en la provincia de Pinar del Río, al concluir el año, la empresa de Acueductos y Alcantarillados impuso alrededor de mil multas por salideros de agua potable. Grifos rotos, problemas en servicios sanitarios, cisternas y fugas de agua procedentes
de tanques desbordados, fue la causa para que inspectores tomaran cartas en el asunto.
Las autoridades competentes demostraron su alarma con la imposición de multas con cuotas no precisadas. En el artículo expresan que para evitar tal despilfarro, lo ideal sería instalar metros contadores. Solución imposible de inmediato. La falta de recursos por la
situación económica no lo permite. Excusas tan conocidas y que llevan tantos años sirviendo de escudo, al escucharlas nuevamente resultan abominables.
Como medida para la solución del "despilfarro" (eufemismo por salideros), plantean que se debe involucrar a otras instituciones estatales con la finalidad de que contribuyan a formar una mayor disciplina y cultura sobre el asunto. Maravillosa solución. ¿Por qué
no priorizar el arreglo de estas roturas, que no sólo encontramos en una provincia, una entidad estatal, o el interior de una vivienda?
Por ejemplo, en San Antonio de los Baños, calles por donde daba gusto pasear se han vuelto intransitables. En la Avenida 29, entre las calles 32 y 34 hay varios salideros legendarios. Ocurre igual con la Avenida 41 entre las calles 48 y 50, donde se han escapado incalculables metros cúbicos
de agua potable sin ser objeto de preocupación para las autoridades locales.
Otro lamentable ejemplo es la Calle 40 esquina a 33, donde se encuentra un registro del sistema de alcancarillado que sólo necesita unos pocos milímetros de lluvia para verter sus aguas albañales, que corren frente a dos círculos infantiles (guarderías).
Los vecinos de estos lugares, cansados y molestos, ya no saben a quién recurrir porque las respuestas siempre son las mismas. Y las quejas, unas se elevan en espera de que del Olimpo nos llegue la respuesta y otras pasan a formar parte de un archivo cualquiera.
Cuando aparece por fin el encargado de aliviar este sufrimiento, saca su varita mágica y con un retazo de goma de neumático "arregla" el salidero. Claro, el encanto dura poco. A las pocas semanas vuelve a fluir el "manantial" y nuestras calles se hacen
intransitables.
Cabe preguntar ¿acaso el dinero recaudado con el número de multas impuestas no puede ser una vía de solución? ¿O es que nuestra moneda no es suficiente para adquirir los materiales necesarios?
¿Por qué en lugar de multar no se preocupan por restaurar? Es lamentable la indiferencia y el silencio de aquéllos en cuyas manos está el bienestar del pueblo. Indudablemente, éstos que nos dejan entre aguas no tan mansas son los que deben ser multados.
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