CUBANET ...INDEPENDIENTE

23 de febrero, 2000



Los libros y algo más en La Habana

Miriam Leiva, Cuba Press

LA HABANA, febrero - El domingo, la calle Obispo en la Habana Vieja resulta un paseo pintoresco. Sobre todo si se parte del restaurante Floridita para desembocar, varias cuadras después, en la Plaza de Armas. Es como decir desde la librería en divisas frente a La Moderna Poesía, baluarte antaño en la venta de libros, ahora en reparación, hasta las librerías Grijalvo y UNESCO, también en divisas, a la entrada del Palacio del Segundo Cabo, sede actual del Instituto del Libro.

La Habana colonial solariega, destruida y despintada por más de 40 años de desidia, de pronto nos regala esa sección semejante a un islote policromado en este Patrimonio de la Humanidad.

Me cruzo con turistas, pero el enjambre está en la Plaza. Allí pululan cantantes populares solos o en tríos; ancianos y niños pidiendo algún regalito. No faltan los santos, sobre todo Lázaro acompañado de una cajita de tabaco con algunas monedas, induciendo a seguir el ejemplo, así como una negra añosa y una mulatica disfrazadas, perdón, vestidas a la supuesta usanza de la época esclavista. Desde su estatua, Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, mira a esa parte del pueblo cubano que lucha por el dólar aperturista. Sí, porque sin él no se abren las tiendas donde hay productos.

Continúo mi andar. En el portal del Palacio del Segundo Cabo, entre una cafetería en dólares y un estanquillo de libros por dólares, charlan animadamente el italiano Giani Miná y otros intelectuales. Participarán en una actividad de la Feria del Libro de La Habana.

Entro a mirar. Virgilio Piñera y José Lezama Lima no imaginaron que la muerte los llevaría a las más encumbradas librerías dolarizadas de la ciudad. Bien les hubieran venido sus derechos de autor a esos pobres y marginados escritores, que permanecieron en Cuba a pesar de muchos.

Hojeo Paradiso con n ostalgia. Recuerdo cuando a su limitada publicación siguió la sigilosa lectura. Cuando estudiantes universitarios nos pasábamos ese libro de mano en mano. Unos con más conciencia de su valor literario, otros movidos por el interés inquisitivo que provoca la fruta prohibida.

Hoy también, las obras de muchos autores residentes en Cuba y sus colegas exiliados siguen un destino similar hasta tanto ellos fallezcan o llegue un mejor momento.

De todos modos, el acceso de los cubanos a los libros es limitado, pues para consumir cultura antes se debe calentar el estómago más o menos frugalmente, vestir, calzar.

Por eso busqué ávida los libros vendidos por pesos cubanos, muy anunciados en todos los medios de difusión. En realidad, se trataba de los limitados adquiribles en la sede principal de la Feria; del otro lado de la bahía, en la Fortaleza de la Cabaña, actualmente un centro cultural de difícil acceso por la carencia de transporte.

En la televisión escuché que se enviarían algunos ejemplares a bibliotecas. No aclararon cuántos irían a las librerías dolarizadas estatales, aunque sí se mencionó la reducida tirada de las ediciones que las convierten en casi inaccesibles a los pobres pesos cubanos.



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