La mochila de Ariel
Tania Quintero, Cuba Press
LA HABANA, febrero - Ariel Raúl de Castro Tapia es su nombre, pero cuando una tarde de 1995 lo llevé a casa de Raúl Rivero, director de Cuba Press, éste le dijo: "Ya tenemos un Castro (se refería a Abel Germán Díaz Castro, cuyo seudónimo
es Germán Castro). ¿Qué te parece si te firmas Ariel Tapia?"
Y desde ese día ése fue su nombre. Hijo de padres divorciados, médicos los dos, Ariel heredó de su madre -amante de la literatura y la poesía- la afición de escribir y leer. En 1995 dio el paso de dejar el Partido Pro Derechos Humanos y "afiliarse"
al periodismo independiente. Tenía solamente 21 años. Era el benjamín del grupo.
Delgado, tímido y retraído, nadie apostó mucho por este joven que en la barriada de la Víbora tenía su mundo. Las primeras crónicas no se transmitieron. Durante los tres primeros meses no recibió remuneración: como yo lo había
promovido, le daba una parte de lo que a mí me daban. Nunca Raúl ni él lo supieron, pero me daba pena con el muchacho, que ya había intentado ser trabajador por cuenta propia.
El periodismo, ya se sabe, es puro oficio. Y cuando se tiene una base como la que Ariel tenía -dominio del lenguaje, buena ortografía, amplio vocabulario y habilidad para mecanografiar- y se es un lector ávido como él lo era, sólo era cuestión de esperar
el despegue.
Nunca le di lecciones. Algunos "tips" y recomendaciones. Lo traté como si fuera uno de los alumnos de periodismo que en mi etapa de periodista oficial me insertaban para que tomaran experiencia de mi "know-how". Al cabo de seis meses ya Ariel dominaba el abc del
periodismo. Mejor que yo.
En la mochila que por todo equipaje Ariel se llevó a Miami el jueves 17 de febrero del 2000 junto a un pulóver y dos calzoncillos iban los libros de periodismo que tenía, entre ellos el Manual de Estilo de El País. Allá puede que de mozo de limpieza no pase,
pero cuando se lleva dentro el "bichito de la escritura" es muy difícil sacárselo.
Ariel Tapia dejó de escribir para Cuba Press a mediados de octubre de 1999. La situación de la agencia en ese momento era incierta y él tenía trámites que realizar para su viaje. Raúl estuvo de acuerdo con su recesión, pero comentó: "Se
nos va una buena pluma".
Prometió dejar una crónica de despedida. No pudo. De pronto lo embargó la tristeza de saber que era un viaje sin retorno -hasta que las cosas cambien. "No es fácil -comentó- saber que así, de sopetón vas a dejar el micromundo en el que has
vivido 26 años y llegar, también de sopetón, a otro nuevo y desconocido". A esa edad el mundo se puede colgar al hombro. Como si fuera una mochila.
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