CUBANET ...INDEPENDIENTE

18 de febrero, 2000



Dos Patrias tengo yo: la Habana Vieja y la noche

Miguel Angel Ponce de León, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, febrero - Allá por el año mil novecientos ochenta era un hombre (casi) feliz. Mi casa refulgía no sólo por la limpieza y su orden particular. La decoración, basada en trastos recogidos entre derrumbes y basureros de la Habana Vieja resultaba atractiva, acogedora. Tenía perras, pero no gatos. La Cof-Cof era dulce y sensual. Su hija Celeste, hiperquinética e inteligente; Popea, otra perra sata de color canela, poseía toda la espontaneidad y sandunga de cualquier mulata habanera.

Convivían además, en armonía con todos, Napoleón y Josefina, dos ratones blancos excéntricos, que preferían comer y dormitar en una jaula para pájaros, colgada de una pared del patio. No, no olvidaré a Genoveva, una gorriona que disfrutó de la vida, durante varios años, en un barril lleno de comodidades y que prefería, en las madrugadas, revolotear alrededor de una areca o posarse sobre mis amigos, a dormir, como lo hacen los demás gorriones. Jorge, bello de alma y atractivo de cuerpo, trabajaba en sus tapices o pintaba de día. Yo disfrutaba la noche.

Los cubanos en el ochenta comenzaban a esbozar una sonrisa después de los fatigosos años precedentes. Sonrisa convertida en mueca en el noventa.

Pero Cuba queda tan sólo a noventa millas de Norteamérica y nuestro Rey mantenía desde mil novecientos cincuenta y nueve una "guerra no declarada" con nuestros vecinos del norte. Bastó un incidente en la Embajada del Perú, a principios del ochenta, para que nuestro Mitrídates aprovechara la ocasión, y en un discurso televisado a todo el país declarase que se le retiraba la protección policial al recinto diplomático. ¡Qué país! ¡Qué pueblo! Nuevamente engrosaríamos los récords recogidos en Guinnes. Apenas unos días después del discurso televisado, diez mil ochocientos cubanos reían, comían y hacían muchas cosas más dentro del perímetro enmarcado por una cerca Peerless que rodeaba la embajada de ese país sudamericano.

Mi nieta, Reginita -apenas diez años más joven que yo-, presidenta del C.D.R. de su cuadra, estuvo de guardia esa noche. Su casa estaba situada a unas decenas de metros de la Embajada peruana. ¡Linda y espontánea Reginita! Al oír la noticia de labios del Rey, corrió, encaramándose sobre la cerca, y de un salto cayó en el césped hasta hacía unos minutos prohibido.

Pero no sólo ella entre mis seres queridos utilizó cuanto vehículo estuviera a su alcance, o medio, para trasponer esa cerca Peerless y acceder al derecho a soñar. Carlos, Rosa, Fara, Tito, Nivia, Nubia lo lograron. Como Jorge volvió muy tarde aquella madrugada pensé que lo había perdido junto a los demás.

Ya no era un hombre (casi) feliz. Mi casa continuaba siendo igual. Mis animales seguían a mi lado. ¿Cómo los iba a abandonar? Jorge era aparentemente el mismo. Pero ya todo sería diferente.

El incidente ocurrido en la Embajada del Perú sería el pretexto para vaciar cárceles y manicomios. Les enviarían embarcaciones abarrotadas y precarias, donde los cubanos residentes en U.S.A. venían a recoger a familiares y amigos. Tenían preferencia lesbianas y homosexuales. ¡Cuántas madres y sus hijas se inscribieron en las estaciones de policía como tortilleras! ¡Cuántos padres de familia lo hicieron como maricones! Más de ciento veinte mil cubanos salieron desde la playa El Mosquito en el Mariel hacia la Florida. Entre los que se iban partía también la mitad de mi alma.

Pero antes que esos cubanos dejaran la isla, cuántas vejaciones y maltratos tuvieron que soportar durante los llamados actos de repudio. A muchos se les cortó el suministro de gas, electricidad y agua. Se les expulsó humillantemente de sus centros de trabajo. Se les golpeó por las calles aledañas a sus casas si se atrevían a salir de ellas en busca de alimentos. Mantenían grupos de personas, noche y día, gritándoles insultos y hasta tirándoles excrementos a las puertas y ventanas de sus domicilios. Los C.D.R. fueron, como siempre, más eficaces en esto que en la prevención del delito.

A los que ingresaron a los jardines y al edificio de la Embajada del Perú se les dio salvoconducto para que pudieran regresar a sus casas en espera de visados de cualquier país que los quisiera recibir. Un día, Reginita, mi nieta -apenas diez años más joven que yo- llegó a mi puerta solicitando auxilio, amparo. La dejé entrar con miedo. ¿Por qué no decirlo? Me explicó que estaba haciendo una cola ante la embajada española, país que otorgaría quinientas visas a los asilados, cuando una multitud dirigida apedreó a hombres, mujeres y niños que esperaban turno para ser atendidos. Ahora, Regina, veinte años después, reside en Illinois y cuando puede visita su otra patria y ayuda económicamente a su madre y hermana. Tiene dos hijos y está casada con un ingeniero norteamericano. Dice ser feliz. Se lo creo. Sólo que la mitad de su alma quedó en Cuba.

Rosa y Carlos, Nivia y Nubia, Fara y Tito sufrieron mucho antes de irse de Cuba, pero tuvieron más suerte. Estaban unidos. Se enfrentaron a todo tipo de situaciones difíciles pero, juntos, les fue más liviano el trabajo para sortearlas. Lucharon duramente y lograron (casi) que la otra mitad de sus almas se reuniera con ellos. Algo aún les queda acá. Sé que están plenos de amor por nosotros. Sé que ahora poseen dos patrias.

Nunca me repuse del golpe que recibí cuando conocí que entre los más de ciento veinte mil cubanos que abandonaron el país durante el Exodo del Mariel partieron mis seres queridos. ¿Se repuso el resto de los cubanos?

Uno de cada cinco cubanos vive en el país del norte. Ahora, en el año 2000, millones de cubanos logran sobrevivir a la crisis más terrible que ha sufrido Cuba en su período republicano gracias a la ayuda monetaria de aquellos otros que tienen como segunda patria a los Estados Unidos de Norteamérica.

Ya no están ni Cof-Cof ni Celeste, tampoco Napoleón y Josefina. Genoveva murió y Jorge sólo existe en mi memoria. Los trastos recogidos en derrumbes y basureros los he vendido a nuevos ricos y coleccionistas. A pesar de esto, mi casa antigua, de arcos y anchos muros, sigue siendo acogedora para mí. ¿Cuándo las dos mitades de mi alma se podrán recomponer? ¿Cuándo las dos mitades de las almas de millones de cubanos se reunirán?



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