CUBANET ...INDEPENDIENTE

17 de febrero, 2000



El viejo y el mar

Rolando de la Guardia, Cuba Press

PINAR DEL RIO, febrero - El viejo se pasaba largas horas frente al mar. Había convertido eso en una rutina, pero los que lo conocían sabían de sobra que eso era mucho más que una rutina. Entre el viejo y el mar había lazos. En ocasiones los lazos atan, los que existían entre el viejo y el mar eran lazos de recuerdos. Los recuerdos, el mar y el viejo, formaban fuertes lazos. Frente a ese mismo mar el viejo había visto salir al barco que se llevó a su hijo. Fue en los años 80. El hijo del viejo fue llevado a una guerra ajena y lejana. Era una guerra que no tenía nada que ver con la isla, pero metieron a los cubanos en ella y hubo que ir y morir si era necesario. El hijo del viejo fue de los que murieron en aquella guerra en Africa.

Un tiempo después, trajeron lo que quedaba del hijo del viejo. También trajeron lo que quedaba de muchos que habían sido llevados a la guerra. Después el viejo hablaba con los amigos sobre su hijo. Les decía que le jodía mucho que le hubieran traído a su hijo reducido a tan poco espacio. Era del carajo ver cómo un muchachón de casi seis pies cabía en una cajita tan pequeña. La muerte era algo demoledor. Con la muerte del muchacho fue cuando el viejo empezó su cosa con el mar. Seguía viendo el barco grande llevándose a su muchacho y a los otros que con él se fueron a la guerra y la muerte. Después fue lo de la salida de la hija del viejo. Una tarde le vinieron con la noticia. La hija se le había ido en una lancha para los Estados Unidos. La cosa había sido en una embarcación de la cooperativa pesquera del pueblo. Se fueron unas cuantas gentes. Lo triste del caso es que no se sabía nada de la hija del viejo. Sólo eso; que se había ido. También se sabía que la lancha había tenido problemas y alguna gente se había ahogado. El viejo no supo más de su muchacha. El vivía solo con ella. La vieja no pudo soportar el golpe de la muerte del muchacho y el corazón se le paró una noche. En este mundo el viejo sólo tenía a esa hija que ahora no aparecía. Por eso el viejo se iba al mar. Algunas veces se metió en conversaciones duras con el mar.

Pero cuando más odió el viejo al mar fue el pasado mes de diciembre. Todo el mundo supo lo del muchachito cubano náufrago. Luego todo el mundo supo hasta dónde estaba llegando lo del muchachito náufrago. El viejo vio todo lo que se publicaba. Vio a los familiares del niño, aquí en Cuba, hablando y pidiendo al niño. Entonces empezó a confundirse y a molestarse. En medio de un acto de los que se dan ahora, el viejo gritó: "¡Que no me jodan, carijo. Yo también perdí a mis hijos y no le importó a nadie!"

La gente no hizo nada. Fue grande la sorpresa. Muchos pensaron que el viejo no escapaba de eso. Allí, los de la policía del pueblo tampoco hicieron nada. Parece que también la muerte andaba por allí cerca y arrimó la madre del viejo.

Ahora lo que dicen es que el viejo está loco, que las visitas seguidas al mar le aguaron el cerebro, en fin, aparentemente no le hacen caso a lo que dice. El otro día el viejo volvió a soltar una de las suyas. Había un grupo de pescadores en el bar; estaban hablando sobre el viaje de las abuelas del niño náufrago a los Estados Unidos. El viejo venía de hablar con el mar. Llegó allí, miró al grupo de gentes, y luego miró por la ventana del bar a la costa antes de disparar la frase.

"Es una cabrona la mar. Jode a unos y otros los salva. Se salvó el vejigo y se salvó en tierra la parentela. Esa gente no va a odiar nunca a la mar como yo la odio".

"Contra, viejo, pero a ellos también la mar le ahogó a su muchacha", así le contestó Tejeiro el patrón de barco. El viejo lo miró de arriba a abajo, metió un suspiro que se oyó en todo el bar del puerto, y dijo: "Tejeiro, la mar se prestó para arrancarme los míos ayer. Hoy se prestó para limpiar a esa gente".

Salió rápido del bar. Se fue otra vez rumbo a la costa y la arena. El viejo iba a seguir diciéndole cosas al mar esa tarde. Se daba cuenta que la gente no quería entenderlo. Por eso prefería pasarse largas horas frente al mar hablando. El hablaba al mar, y eso era señal que sabía escucharlo.



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