CUBANET ...INDEPENDIENTE

17 de febrero, 2000



Mucho ruido y pocos libros

Manuel Vázquez Portal, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, febrero - Y fui a lo que anunciaron sería una feria internacional del libro. Ya me parecía fanfarrón el rimbombante título de tal evento. Pero me dejé llevar por la curiosidad y allí estuve entre viejos amigos que, discretamente, volvían la cabeza los unos, me saludaban con apenas un movimiento de ojos los otros, me abrazaban a escondidas y presurosos los más.

El miércoles 9 de febrero fue la inauguración. Como lo sospechaba no brilló la cultura sino la política. Tribuna fue. Discursos enardecidos. Gritos heroicos. Pataleta por Elián González. No sé qué tendrá que ver el aguacero con las hemorroides. Pero como en esta Isla se mezcla todo, no dudo que un día afirmen que el Amadis de Gaula rindió su lanza frente a los "pucheros de las super-abuelas, y eso justificará la politización de un evento cultural.

Por otra parte, se me hizo sospechoso el lugar escogido. San Carlos de la Cabaña no es precisamente un monumento a la cultura. Malos recuerdos guarda el sitio para muchos cubanos. Allí murieron unos y guardaron prisión muchos. A menos que se pretendiera simbolizar el encerramiento de la cultura y el pensamiento, no hallo la razón para tal elección. Hay en La Habana una plaza con el busto de Don Miguel de Cervantes, ¿por qué no allí? En la esquina de Obispo y Bernaza, donde se alza quizás la más grande librería de la ciudad no podía ser. Obvias razones. La Moderna Poesía está cerrada hace tantos años que ya casi nadie la recuerda. Algún burócrata, después de un ataque de castritis aguda, y aún con ardores estomacales, debió hacer la proposición. Y fue en La Cabaña.

Diez áreas tenía la feria. El menor espacio correspondía a la exposición y venta de libros, a ambos lados de la calle de la marina. Cubículos angostos que apenas si permitían el paso. Colas, molotes, vocerío junto a las dos únicas librerías. Y tanta ausencia de libros que no parecía una feria. Los textos más codiciados se vendían en dólares.

Sólo casas editoras y distribuidoras de poca monta procedentes, según se dijo, de treinta países, (como si el mundo fuera tan pequeño) resultaron la muestra internacional. De personalidades presentes no quiero hablar. Las figuras más descollantes eran Valerio Massimo Manfredi, autor de "Alexadros", que parece haber tenido mucho éxito en Europa con su novela histórica sobre Alejandro Magno; el aguerrido cura y poeta nicaragüense Ernesto Cardenal; el español Manuel Vázquez Montalván -subráyese el segundo apellido para evitar confusiones-; y el ¿periodista? Italiano Cianni Miná.

La ausencia de celebridades, sin embargo, requiere párrafo aparte. No andaban por acá los premios Nobel, ni siquiera los amigos García Márquez y José Saramago, porque a Gunter Grass y a Camilo José Cela no los podemos esperar, al menos, mientras llueva. Pero, cosa rara, tampoco andaban por aquí los hispanoamericanos Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Ernesto Sábato. Y los cubanos, chico, los cubanos Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Zoé Valdés, Eliseo Alberto Diego, tampoco estaban. Como no estaban Jesús Díaz, Manuel Díaz Martínez, Daína Chaviano, Froilán Escobar, Luis Manuel García Méndez ni Ramón Fernández Larrea.

La verdad es que se le hace dudoso a cualquiera el carácter internacional de la feria. De libro, ni para qué contar. Faltaban los de Milán Kundera -caquita, niño, eso no se dice-; faltaban los de Reynaldo Arenas -niño, ¿qué te dije?-; faltaba el de Norberto Fuentes sobre el caso del general Ochoa -que te calles, cabrón, que te voy a dar un cocotazo-; faltaban los de María Elena Cruz Varela, los de Manolo Granados, los de José Lorenzo Fuentes, los de Bernardo Marqués; en fin, faltaban tantos que, más bien, no parecía una feria del libro ni siquiera nacional.

Creo que el autor más destacado, y más vendido, fue Juan Padrón. Nuestro manigüero superman Elpidio Valdés hizo zafra esta vez. Y mira que se luchó porque los niños perdieran el hábito deformante de leer historietas. Pero cuando el mal es de Elián no valen Andersen verdes.

A falta de los textos de Leví Marrero o Manuel Moreno Fraginals había alguno que otro de Eusebio Leal; a falta de los libros de Lidia Cabrera, había alguno que otro sobre santería copiados de aquella autora pero bajo otros nombres; a falta de los Tres Tristes Tigres, andaban los tigres de Abel (nacidos en 1950, como el ministro) mostrando sus VUELOS DE GATO por escasez de felino mayor.

No estaban, por supuesto, los textos de José Triana, ni los de Armando Alvarez Bravo, mucho menos los de Carlos Alberto Montaner. No estaban, para niños, los de David Chericián, los de Chely Lima, los de Alberto Serret, pero tampoco los de Renée Pott, los de Anisia Miranda o los de Nersys Felipe. Los míos, claro está, no los van a publicar nunca aunque violen las bases de los concursos que ganaron.

El segundo lugar en venta, después de Las Aventuras de Elpidio Valdés, en mi opinión, lo obtuvo el archiconocido Pinocho, esta vez con ilustraciones del genial Roberto Fabelo. Pero no creo que su éxito se deba a las pinceladas del pintor, sino al hecho de que los niños cubanos están muy apremiados por aprender a mentir sin que les crezca la nariz y quieren saber cuál es el truco que sus padres han usado durante cuarentaiún años para que no les gritaran en las calles aquello de "érase un hombre a una nariz pegado".

Por último, no quiero narrar que había sólo tres baños para casi doscientos mil visitantes que pasaron por allí, que las entradas costaban dos pesos mientras que los pocos libros interesantes oscilaban entre los cuarenta y cien pesos, que los guías no sabían indicar dónde estaba lo que se les preguntaba, que había cuatro comederos públicos bajo el nombre de restaurant/cafetería en los cuales las colas le zumbaban, y que el acceso hasta el lugar era poco menos que una aventura.

Y se acabó la feria. Y no sabemos qué sintió Cintio Vitier al notar que faltaban tantos títulos del grupo Orígenes, aunque él fuera el invitado de honor. No pude ver los libros del Padre Gaztelu, los de Octavio Smith, los de Eliseo Diego, aunque ya se haya olvidado las causas por las que Lichy escribiera "Informe contra mi mismo".

Y para que no vaya a creerse que son exageraciones mías, ahí les va un diagrama, entregado por los propios organizadores, para que se dé cuenta de la caminata que tuvieron que janearse los niños desde la entrada hasta el pabellón preparado para ellos.


Diagrama de la Feria del Libro



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