Un combate llamado Elián
Tania Díaz Castro, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, febrero - El caso del balserito Elián, uno entre cientos de miles que han perdido no sólo a la patria, sino también a sus padres, es el más connotado porque ha servido de combate para dos ejércitos: un exilio con una bien ganada autoridad moral y
económica y un gobierno con más de cuarenta años de desgaste físico y mental.
Esta confrontación bélica de pequeñas proporciones, que carece de lance y ballesta, de silla y jinete, pero que aún así es de lamentar porque en esta ocasión es un niño quien ha servido de detonante, para continuar una guerra de más de
medio siglo.
El niño es la causa aparente. El infeliz, además, ha servido de escudo, bandera y razón para un enfrentamiento entre hermanos. De a parte más pertrechada no vienen misiles de largo alcance o bombas atómicas. ¡Que Dios, Buda o Mahoma nos coja confesados! Y
no se ha llegado a tanto porque estamos ante un combate pendenciero, de exabruptos y eructos. ¡Cuánta estulticia!, diría Carlos Alberto Montaner.
¿Es que a las puertas de la nueva Era de amor, paz y armonía no es posible que dos familias humildes se sienten civilizadamente a conversar y lleguen a un acuerdo para decidir dónde el niño Elián estará mejor, si en un país donde le imponen una pañoleta,
un dogma y un fusil desde temprano o en ese otro donde puede escoger y pensar libremente su futuro?
No son Capuletos ni Montescos. Son sencillamente personas con vínculos sanguíneos que están entre la pared de una potencia: el exilio más próspero de toda la historia, y la espada de un gobierno negado a darse una última afeitada.
Mientras todo esto ocurre, el niño Elián tiene techo, escuela buena, cariño familiar y deliciosos bombones. En una palabra, vive feliz en el lugar que su madre escogió para él y eso para mí es sagrado porque se trata de la última voluntad de una
difunta. ¿O estará viva en algún lugar de la Tierra, si tenemos en cuenta los milagros ocurridos a muchos náufragos a lo largo de dos mil años?
Este ha sido, para los de allá y sobre todo para los de aquí, un combate bastante costoso. Sin ir más lejos, podemos imaginarnos a cuánto ascendió el viaje de las abuelas de Elián a Estados Unidos. Mientras, nos cansamos todos -neutrales y no neutrales-
de este combate de ruidos y sin nueces.
Esta guerra sui generis que comenzó hace medio siglo, ha tomado ahora un camino peculiar: el camino de las ofensas a dos familias que son protagonistas y víctimas de este combate y que en ningún momento dieron la orden de pelea.
Se trata de un combate cablegráfico, telefónico, donde el Internet y la prensa escrita y radial juegan un papel preponderante, sin que se dispare un solo chícharo. Pero, ¿cuánto tiempo más el niño Elián seguirá siendo el símbolo
de este combate, donde no se sabe quién ganará, si el que escribió la primera bravuconería o el que sea capaz de lanzar la última trompetilla?
Ojalá y pronto escaseen las "municiones" y se ponga fin a tanta barbarie inútil.
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