Samba descosida
Iván García, Cuba Press
LA HABANA, febrero - Hace 15 años que Cuba lo intenta, pero los resultados son magros. Desde 1985 el instituto de deportes de la isla ha priorizado la práctica del fútbol. Los conocimientos metodológicos de los entrenadores se han elevado. Se han repartido balones a
todas las escuelas.
En su espacio deportivo dominical, la TV cubana transmite juegos de las más cotizadas ligas europeas. Grandes del fútbol mundial, como los brasileños Ronaldo y Rivaldo, el español Raúl, el italiano Cristian Vieri o el argentino Batistuta, son ídolos en
Cuba.
La fanaticada futbolística es la mayor después del béisbol, el deporte nacional. Pero... los resultados del balompié cubano no están acorde con los deseos de su afición. Cuba sólo ha tomado parte en una Copa Mundial y fue en el lejano 1938.
Tras el triunfo de la revolución de Fidel Castro y su abrazo a una ideología totalitaria, una esmerada atención se comenzó a prestar al deporte: era una forma de mostrar la supuesta superioridad del comunismo sobre el capitalismo.
Así, aterrizaron en La Habana decenas de adiestradores de la desaparecida Europa socialista, especialmente de la RDA y la URSS. Entonces, deportes un tanto exóticos para los cubanos tuvieron auge y les sonrió la gloria. El polo acuático, la esgrima, el voly y la
gimnasia fueron diseños de laboratorio de entrenadores procedentes de naciones que ya no existen.
También se probó con el fútbol. Polonia, Hungría y la antigua Unión Soviética tenían un alto nivel en ese deporte. Varios técnicos eurosocialistas trataron de germinar la semilla del buen fútbol entre los jugadores y técnicos
cubanos. Los nuestros, fuertes y rápidos, técnicamente eran lerdos y no asimilaron los conceptos del fútbol moderno.
Eran tipos toscos que intentaban tocar un violín. Por el estilo ocurría con los directores técnicos: sus conocimientos eran deficientes y estaban desfasados. Stevenson, Juantorena y los equipos de béisbol proporcionaban triunfos internacionales. Y por esa época
se dijo adiós al fútbol.
Pero sus seguidores en la isla no permitieron que se apagara la pasión por la blanquinegra. Desde que en 1982 la TV comenzó a transmitir los Mundiales de fútbol, creció la legión de admiradores, boquiabiertos ante los toques de samba y magia de los brasileños,
la genialidad de Maradona y el "catenaccio" defensivo de los italianos.
Fue entonces cuando, en 1985, el gobierno trató de auxiliar a la cenicienta del deporte en Cuba. Sin mucha suerte. Ha probado dirigir el once nacional el italiano Giovanni Campari y ahora Maradona sueña con ser su futuro entrenador. Pero el fútbol cubano mantiene su feo
juego, una parodia de samba descosida sin olfato para el gol.
El Pibe de Oro -quien desde el 18 de enero se encuentra en Cuba para un tratamiento de desintoxicación contra las drogas- pretende retomar la ofensiva. El "Che", un dios en la grama y entre los tres mejores del siglo junto a Pelé y DiStéfano, quizás es algo
iluso. Porque sacar de la mediocridad y el olvido al fútbol cubano no se puede hacer sólo con discursos bonitos.
Hay que partir de cero. Enseñar a los niños el abc del fútbol y mejorar la raquítica técnica de los jugadores. Está por ver si El Pelusa de veras quiere invertir los años que le queden en la quimérica empresa, alejado de las drogas.
Los fanáticos cubanos se lo agradecerían. Están huérfanos de una selección. Mientras, se han alistado con los conjuntos de Brasil, Argentina, Italia, España, Alemania e Inglaterra. Pero Diego Armando, capaz de hacer goles antológicos, no es mago.
Si en un futuro lograra que sobre el terreno los nuestros bailen, toquen y traten al balón con calidad sería una hazaña. Muy difícil. Cuba no es Brasil.
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