Mi canastilla preferida
Zoimara Menéndez Simeón, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, febrero - Cuando un bebé viene al mundo todo es alegría a su alrededor. Sus padres, fundamentalmente, han creado el ambiente necesario tanto material como espiritual para que cuando la luz del cielo se refleje en sus pequeños ojos no sienta el nuevo hábitat
distinto, diferente.
Cuando un bebé cubano promedio llega al mundo todo es alegría a su alrededor. Sus padres, deseosos de conocer a ese nuevo ser que llenará sus vidas de gozo, casi no piensan en las amarguras y pesares que tuvieron que pasar durante los nueve meses en que el nacedero estuvo
formándose en el vientre de la madre.
Desde el mismo instante en que es verificada la nueva noticia, en la mente de los padres comienzan a aparecer hilos de sufrimiento que atravesarán su cuerpo como una corriente eléctrica. De dónde sacarán todo aquello que desean y quieren para su hijo. El dinero que
ganan no les alcanza para cubrir todos los inmensos gastos que empiezan a emerger de la nada para convertirse en una nueva pero dura realidad.
La canastilla. Saben cuánto pasó un amigo, un hermano para completarla. Y es que en Cuba esta palabra constituye una preocupación y no un paseo por la delicia de ir edificando el paraíso de juguetes y olores a bebito para el nuevo ser. Aun cuando la atención médica
que el Estado brinda a las embarazadas es esmerada, éste no hace mucho, por no decir nada, para ayudar a crear las condiciones necesarias para el recibimiento.
Las gestantes sólo disponen de unos cuantos artículos en la tienda estatal de canastilla para recibir a su hijo. Obligatoriamente hay que acudir a esa sombra que persigue a todos los cubanos: la "shopping". Allí sí se encuentra todo lo soñado. Desde
un coche o un cargador, hasta cremas de diferentes marcas para evitar la irritación en la piel delicada de un recién nacido. Sólo hace falta una cosa: el dinero que no se tiene.
Qué decir de los imprescindibles culeros. La tendencia actual en el mundo es la utilización de los llamados culeros desechables, que mantienen una mayor higiene y protección para el bebé. Aquí, por el contrario, se ha mantenido la costumbre del uso de los pañales
de telas antisépticas, porque el salario promedio de un cubano no da para mantener al niño en las condiciones ideales que ofrecen estos caros e importantes desechables, que muy descarnadamente venden en las "shopping" a precios incosteables. A todas estas, a una madre no le
corresponde la tela para hacer los pañales, por la libreta de canastilla, hasta la semana 37 de gestación, tiempo éste muy cercano, por no decir que a término, para dar la bienvenida a su tan esperado visitante.
Las garantías de una salud prematerna que el Estado proporciona se pierden ante las tensiones del cómo resolver las mismas trabas que éste impone. La angustia crece día a día. Las amistades terminan cediendo parte de lo que ellas mismas recaudaron en su tiempo.
El familiar que vive en el exterior, es decir, que "vendió su patria para poder vivir mejor", es el que da en muchos casos el frente a la situación, aportando el dinero o la ropita que hace falta y que aquí no hay. Otros ni siquiera esperan ayuda alguna, porque de
nadie provendrá.
Si se mira bien, cuando se viene al mundo en Cuba todo es alegría, pero una alegría prestada que esconde una realidad llena de carencias y necesidades que pesan con dolor sobre la isla.
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