CUBANET ...INDEPENDIENTE

11 de febrero, 2000



¡Y sin embargo, se mueve!

Tania Díaz Castro, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, febrero - En 1971 el poeta cubano Heberto Padilla fue presionado por la policía política de Fidel Castro para que confesara y se arrepintiera públicamente de ser "cabecilla" del primer movimiento pacífico de intelectuales disidentes, reconocido por el propio gobierno al declararlo "una batalla ideológica, un enfrentamiento político".

Sin embargo, se trataba de grupos de poetas y escritores que se reunían en la casa de Heberto o de los poetas Pablo Armando Fernández, César López o Antón Arrufat, o en los jardines de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para conversar, discutir o analizar la situación cubana.

En estos encuentros espontáneos es posible que Heberto Padilla tuviera la voz cantante. Siempre fue un hombre inteligente que avizoró desastres económicos y políticos (los nuestros de hoy), convirtiéndose así en el Solzhenitzyn criollo o "persona non grata" para la Seguridad del Estado.

De forma serena, risueña, con un gran dominio de sí mismo, Padilla hacía mención, incluso ante sus amigos intelectuales extranjeros, del "espacio restringido" en el cual estábamos obligados a sobrevivir y destacaba la necesidad que teníamos los conformistas y obedientes de esa época en contemplar nuestras vidas en el espejo más alto, aunque fuera por última vez.

Eran los tiempos en que muchos no teníamos ojos para ver ni oídos para escuchar. Sin embargo, el poeta del "Justo Tiempo Humano" rompió la barrera del silencio y señaló estruendos presentes y futuros, gritó lo más que pudo.

Dejé de verlo hace más de veinte años, porque marchó de Cuba y nunca ha podido regresar. Sin embargo, está frente a mí, con su sonrisa algo enigmática y sus ojos melancólicos, como si esperara siempre que la vida fuera buena para todos. También puedo escuchar la sonoridad de su voz cuando decía aquellos magistrales versos: "Una muchacha se está muriendo entre mis brazos. / Dice que es la desconcertada de un peligro mayor. / Que anduvo noche y día para encontrar mi casa. / Que ama las piedras grises de mi cuarto. / Dice que tiene el nombre de la Reina de Saba. / Que quiere hacerse cargo de mis hijos. / Una muchacha larga como los gansos".

¿Quién se atrevió entonces con su dedo índice a juzgar, condenar al poeta, si todos hemos venido de la misma burbuja a vivir tan brevemente en este espléndido planeta que gira incansablemente?

Como cada hombre, Heberto reunía amor en su corazón, miedo, inconstancia, debilidad. Y no por ello dejaba de asomar el héroe, el temerario, el audaz. Sólo el vulnerable puede complacer a sus verdugos, aunque después muera en vida desconcertado y sombrío.

Heberto, mi amigo de siempre, cayó en la centrífuga maquiavélica de la policía política de nuestro país, ésa que a diestra y siniestra destruye enemigos de mil maneras o los fabrica. ¡Si lo sabré yo!

Supo, como amante de la libertad, evadir una larga y absurda prisión. Fue más listo que los agentes mejor adiestrados de la KGB soviética y, seguro de sus decisiones finales, se retractó como Galileo de haber dicho la verdad sobre el régimen, para seguir diciéndola a pleno sol, donde mejor se oye.

Pudo escapar sin enterrar antes poemas proscriptos y con la mente sana. El poeta no había nacido para vivir donde le pidieran sus manos, los ojos, los labios, el sueño, las piernas, el corazón y luego le exigieran en forma de ruego que echase a andar. Lo sabíamos.

Como bien señalara otro de mis poetas más admirados, Manuel Díaz Martínez, "Heberto se enfrentó con vehemencia a los mecanismos que mueven la sociedad contemporánea". ¿Cómo entonces dejar de reflejar en su obra su posición como intelectual liberal? Había vivido en sociedades que se rigen por la libertad y por conocerlas bien desde dentro es que defendió todo lo bueno que representaban para el hombre del futuro.

Su poesía, la más disidente hecha en Cuba después del poeta Francisco Riverón Hernández, aún inédito en el exilio, dejó de situarse del lado del régimen cuando su autor descubrió con tran pena que el régimen jamás aceptaría criterios alternativos, opiniones que dieran a conocer al mundo la terrible realidad de los cubanos. Escribió "Fuera de juego" y fue este libro precisamente el que desencadenó o dio lugar al "caso Padilla", sin duda prueba irrefutable de la falta de libertad de expresión que desde 1959 padecemos los cubanos.

"Fuera de juego", premio de poesía de la UNEAC en 1968, está escrito con tanta fuerza crítica que hasta hace referencia a los crímenes de Stalin, algo que aún es tabú en Cuba.

No olvidaré jamás aquel día en los jardines de la UNEAC cuando le pregunté al poeta por qué se había considerado el único culpable si todos sus amigos intelectuales tenían los mismos criterios acerca del régimen. De momento, pensé que no me respondería. Creo que su amada Belkis, "la muchacha larga como los gansos", estaba a su lado. Me miró de frente, tomándome de las manos. Los ojos del poeta brillaban como el fuego. Su rostro se iluminó con una sonrisa sarcástica. Cuando se disponía a marcharse, pronunció en voz baja las mismas sabias palabras de aquél que cuatro siglos atrás tampoco se arrepintiera de nada:

¡Y sin embargo, se mueve!

No recuerdo si le guardé ese secreto de confesión privada a Heberto o lo comenté con alguien. Tampoco recuerdo si le llegué a decir alguna vez que en aquellos mismos momentos yo también comencé a sentirme su cómplice en lo más recóndito de mi corazón.



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