CUBANET ...INDEPENDIENTE

10 de febrero, 2000



Una cena de Mamy's

Miguel Angel Ponce de León, Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, febrero - Que me levante aterido de frío mientras mi amante -más joven- parlotea sobre los problemas surgidos entre su nueva mujer y él; que el suicidio surja reiteradamente en mis pensamientos al penetrar la luz y más lentamente la realidad en mi cerebro; que los asuntos que habré de tratar o resolver en este nuevo día sean tareas para titanes -cómo alimentarse, por ejemplo- ¿a quién le puede interesar?

Con la piel de gallina inicio el afeitado no reconociéndome en el espejo. La palestina de los altos gentilmente escucha a todo volumen una canción romanticona y triste que le permite blanquear camisetas y calzoncillos. Los vecinos de al lado celebran el noveno aniversario de la obtención de la patente de corso que les permite desde desvalijar un carro de turismo hasta ofertar porros bien cargaditos con la televisión a toda mecha. Al terminar mi toilette corro a abrigarme y con urgencia disuelvo un calmante sobre mi lengua. ¿Que éste afecta la potencia viril? ¿?

El reverendo no sé cuántos y las abuelitas de Elián en una mesa redonda que es en realidad cuadrada irrumpen... ¡Oh, no! ¡Basta ya!

Eres, mi Habana Vieja, la que me lleva incontroladamente desde el infierno al paraíso y desde éste otra vez al infierno. Con tus bellos palacetes, magníficas fuentes y calles de relucientes adoquines, vuelves más horrible tu otra cara con vías llenas de barro pestilente y antros donde se hacinan seres que parecen surgir de algunas novelas de Dickens.

- ¡Oye, Ponce, que tocan la puerta! ¿Estás comiendo mierda?

- ¡Ah, sí! ¡Qué cariñoso eres, mi amor!

- ¡No abras, que estoy en calzoncillos!

-¡Escóndete, imbécil! -ahora el cariñoso soy yo.

Esos ojitos grises pícaros...

- ¡Angel!

- Acabo de llegar. Paso para dejarte este té y pedirte que nos acompañes a cenar. Te recogeremos a las 9 y 30 de la noche. Tendremos tiempo para hablar.

¡El té! Una libra me costó cruzar la bahía habanera en una fea lancha, repleta de bicicletas y personas hasta Regla y pagar lo que gana un obrero -sin robar, por supuesto- en quince días de trabajo. Mi querida escultura de Cellini, aunque con cara de guardia irredento y yo desayunaremos té caliente de buena calidad. Aquella otra tarea que sólo titanes o jóvenes con talentosas caderas enfrentarían -el buen yantar, por ejemplo- el efir de ojos grises llegado desde más allá del horizonte me la solventó.

La noche habanera, en este seis de febrero, con un cielo alto, negro y lleno de estrellas urge jerseys gruesos. En el carro, un Peaugeot del año, con sus cristales cerrados, el ambiente es cálido. La Avenida del Puerto queda atrás, dejándome como recuerdo el Morro atacado por grandes olas. El Malecón aparece, reflejándose sus edificios en el mar. La huella de una luna brillante y fría, desde el horizonte hasta nosotros, nos sigue durante todo el trayecto. Por la Quinta Avenida penetramos en Miramar y cuando nos acercábamos a La Maison apareció Mamy's.

En la cassettera del carro, Joaquín Sabina desgarra su garganta con canciones de letras certeras y nuevas para mí.

¿Mamy's? ¿De quién será la tal Mamy's? ¿Quién será Mamy? ¡Qué casona! ¡Qué jardines! ¿Quién será su dueño?

La conversación no decayó a pesar de que el dependiente siempre estuvo al tanto de ella. Su pie lo apoyaba en la pared. El oro, en sortijas y cadenas, ornaba al mulato de buena memoria que sin anotar nos trajo el cerdo en salsa, frío y grasiento. El pargo grillé "algo demasiado fuerte" al paladar. El pollo no precisamente blando, aunque abundante. Las ensaladas faltas de imaginación y poco variadas. Los frijoles negros, ¡ay, los frijoles negros, no eran los nuestros! Mamy's, sólo tu helado de chocolate o cascos de guayaba con queso amarillo estuvieron aceptables en una comida cuyo costo total representó el salario de diez meses de un obrero cubano. ¡Oh, Mamy's, qué terrible experiencia! ¿Llegará esa queja a la Mamy de ese alguien que no se sabe quién es?

La moraleja de esta experiencia sufrida en Mamy's parece ser que aún en nuestro socialismo que hace aguas, la mayoría de los negocios privados adolecen de los mismos males que los del estado, exceptuando la paladar de Lilliam y alguna otra que no menciono porque pudieran estar en el clandestinaje.

A la vuelta, el aria de Aida sonaba en la cassettera. El café y los cordiales los disfrutamos en el cerradito bar del hotel Ambos Mundos, en una madrugada aún más fría que la noche precedente.

Al iniciar la retirada, los claustros del convento de San Francisco de Asís nos abrigaron unos momentos, al permitirnos sus guardianes una visita gratuita e imprevista. Ya, acercándonos al parqueo donde quedó el Peugeot, serví de cicerone por placitas y hostales, que no por tugurios y calles emporcadas, pensando que si mis caderas ya no compiten con la de los jóvenes que se ganan el pan de cada día con sus versatilidades y movimientos, podría agenciarme -como una segunda o tercera labor- una licencia de guía de turismo -si tuviera el enchufe adecuado- para llevar a través de mi amada y odiada Vieja Habana, sin la cual creo no poder vivir, a aquellos seres que de otras "galaxias" están llegando a este verde caimán dormido sobre el mar de las lentejas, que está cerca, muy cerca, de donde muchos piensan que pudiera estar la fuente de la juventud eterna.



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