El derecho de escoger
Guillermo Alvarez, Cuba Press
LA HABANA, 9 de febrero - Desde el 20 de enero del 2000 mi amigo Luis integra una lista en Cuba de hombres tristes, abatidos por el mismo dolor: la nostalgia del desarraigo. Ese día será inolvidable para él, porque ese día su esposa y la pequeña hija de ambos
viajaron hacia Estados Unidos, en espera de un reencuentro que aún no tiene fecha.
Luis Manuel Gómez Hernández es un joven médico de 32 años. Visado desde el 23 de marzo de 1999, tomó la difícil decisión de desprenderse de sus seres más queridos hasta que el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) de Cuba decida "liberarlo".
El Dr. Gómez Hernández no está preso. O mejor dicho, sí lo está. Es un reo sin causa ni rejas aparentes, secuestrado por el MINSAP que no le extiende el documento necesario para que el Departamento de Inmigración autorice su salida del país.
A diferencia de Eliancito, que fue llevado por su propia madre de forma ilegal hacia Estados Unidos, a Luis nadie lo obligó a estudiar Medicina; de la misma manera que en ningún momento se le leyó o él firmó documento alguno en que se comprometiera a no
abandonar la isla jamás.
Pero con él, salvo sus amigos allegados, no se ha solidarizado nadie. Para que su pequeña hija de cinco años -cumplidos este 9 de enero- se pueda reunir pronto con sus padres, no habrá desfiles, ni tribunas abiertas, ni mensajes permanentes y constantes en la radio,
la prensa escrita y la televisión de acá.
Tampoco el gobierno de Cuba protestará enérgicamente ante la ONU, los organismos internacionales u organizaciones no gubernamentales.
Ni un ... Pérez cualquiera expresará a diario un discurso dictatorial, pleno de frases patibularias y denigrantes a la vez.
Claro que la diferencia entre Jennifer, su pequeña hija, y Eliancito es completamente opuesta. La niña está con su madre, con status de refugiada política legal. Pero lejos de su padre, vivo, deseoso de estar con ambas también. Retenido por una disposición
Ministerial arbitraria, inapelable por no ser ley, inexistente por no constituir norma jurídica reconocida alguna, pero... que nadie se atreve a enfrentar. ¡Nadie no. Nosotros sí!
Porque lamentablemente, conforme la televisión americana puede mostrar un coloquio frente a cámara, en el que tres abogados, o dos periodistas, o el propio Congreso de los Estados Unidos debate a favor o en contra sobre el tema de moda, en Cuba ningún abogado se atreve a
contradecir un dictamen leguleyo. Mucho menos el propio Código Penal o la Constitución del país.
Para nuestros "supuestos" defensores de la razón o la verdad, lo primero es no perder el sustento propio y familiar; lo segundo es no tener por enemigo al gobierno, y lo tercero, caso que alguien se atreviera a hacerlo, ¿qué eco iba a encontrar?
La Ley en Cuba, además de ciega no tiene casa, ni micrófonos, ni altoparlantes, ni periódicos, ni voceros, ni derecho de ninguna índole: como el de polemizar.
Pero de todos modos aún nos queda uno: el derecho de escoger cómo pensar, aunque al hacerlo haya que meditar hacia adentro, porque el pensar en voz alta es censurable también.
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