Apunte con niños
Raúl Rivero, Cuba Press
LA HABANA, febrero - Ahora quiero hablar de la inocencia. Mi hija Cristina creyó siempre que los poetas no mueren. Yo se lo enseñé y esa lección extravagante la hizo, en su niñez, aliviar las angustias de la muerte.
Una mañana supo por la radio que mi amigo, el poeta Luis Rogelio Nogueras, estaba muerto. Cristina lo amó mucho y como él era un gran poeta, lo presentía salvado de ese trámite oscuro. Lo veía hermoso y vital por todos los tiempos.
En un banco junto al río Almendares tuve que confesarle mi engaño y hacerme, de repente, mortal. Utilicé su inocencia para tratar de hacerla feliz y para evitarme el castigo de explicar a alguien que empezaba a vivir el desenlace de la impalpabilidad y la ausencia de
memoria.
Engañar, manipular y utilizar la pureza de un niño es un oficio de bestias. Maniobrar con la candidez y la ternura, acosar la inocencia, usar medios técnicos y maldades de adulto para obtener beneficio o satisfacción, rebaja al hombre y anula sus probables
esplendores.
Si esas piruetas se realizan por asuntos políticos el pantano es mayor y la culpa no se puede lavar.
Yo sufro hoy por los hijos de Oswaldo Payá y de Maritza Lugo.
Espero que Cristina me haya perdonado.
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