Breves del cable
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, febrero - Convertido el niño cubano Elián González Brotons en símbolo desde los últimos días del pasado mes de noviembre, existe el peligro de que jamás vuelva a recuperar su individualidad de simple ser humano feliz.
En el centro de dos ideologías se encuentra el niño Elián. Y mientras de una parte lo halan del brazo izquierdo, de la otra parte lo halan del brazo derecho. Y si ambas partes no llegan a un acuerdo, ese niño podría partirse en dos mitades como el frágil
tallo de una flor.
Elián González Brotons, como símbolo, no es un niño afortunado como muchos quisieran creer; sino, por el contrario, es un ser humano sobre el cual ha recaído, con toda la tenebrosidad que caracteriza a los Intereses Creados, la sucia historia de un diferendo
entre dos centros de poder.
En la persona del niño Elián González Brotons se ha cometido y se está cometiendo el crimen más monstruoso que se pueda cometer contra un niño: lo que se sabe, lo que tal vez nunca se sabrá, y la violación de sus propios derechos humanos
mucho antes de que él tenga conciencia personal para decidir por su propio destino.
Este desgraciado suceso me recuerda la conmovedora historia de Pu Yí, contada magistralmente por el director de cine Bertoluchi en su película "El último emperador". Y sólo me resta decir: Ojalá que el Supremo Poder, que siempre estará por
encima de la basura, ampare a esta criatura inocente en los años que están por venir.
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