Henry, otro pequeño héroe
Lázaro Echemendía, Cuba Press
RANCHUELO, febrero - De camino a su casa, me iba preguntando qué haría si en definitiva Henry, como mucho me temía, se negaba a ser entrevistado. Incluso previéndolo, ideé un final para mi artículo, algo así como "Henry hoy tiene miedo".
El sábado 10 de mayo de 1980, en el periódico Vanguardia, se publicó: "'No serán lágrimas de sangre, bien claro le dije que yo no quería irme, que yo quería seguir siendo pionero y que allá no podría serlo', dijo Henry Navarro
Bermúdez, el pequeño de casi 8 años que ha conmovido a Ranchuelo por la inesperada acción que protagonizó en Inmigración, al negarse a partir con la autora de sus días hacia Estados Unidos de Norteamérica".
- Mira -me dijo, y por el tono presumí que tendría que buscar otro final para mi artículo- todo eso que dice es mentira.
"Debajo de su ropita, el niño llevaba una bandera cubana. Proyectaba enarbolarla cuando llegara al Norte, porque pensaba que así lo harían regresar a Cuba", contaba el periódico oficial en 1980.
- Yo no llevaba ninguna bandera para izar allá ni nada por el estilo. Eso lo inventó el periodista. Si me negué a ir fue sencillamente porque mi abuela, la mamá de mi mamá, me lo pidió. Ella no quería que mi mamá se fuera, y me dijo que si
yo me negaba, mi mamá no se iría. De lo contrario me habría ido. Eso fue lo que pasó. Ellos habrán escrito todo eso, pero recuerda que el papel aguanta todo lo que le pongan.
El relato oficial de Vanguardia señalaba: "Divorciados sus padres y a la sombra de quien lo trajo al mundo, ésta decidió marchar hacia el norte cruel que nos desprecia; desde entonces, Henry no pudo leer más La Edad de Oro, el tesoro que Martí legó
a los niños..." Exorcizado en mis temores y apenas sin tener que apelar al cuestionario, continué escuchándole:
- Lo único que saqué de todo aquello -continuó- fue un librito de La Edad de Oro que me regalaron, un cake, los actos patrióticos en la escuela y esas fotos en los periódicos. Por cierto, cuídalos, que los tengo guardados para cuando mi mamá venga
enseñárselos, para que vea toda la basura que comieron conmigo, que por supuesto no es nada comparado con los millones que están gastando ahora.
- Mira, al principio me hicieron el centro de todo, pero muy pronto todo cambió. De no haber sido por mi mamá que desde allá me ayudaba no sé qué habría sido de mí. Después ella cayó presa en los Estados Unidos hace diez años
y entonces sí que pasé las de Caín. He pasado más trabajo que un ratón de ferretería. Gracias a Dios, ella sale el mes que viene, hace poco recibí carta suya y espero verla pronto.
- Mi abuelo, el mismo del que hablan en ese periódico, vino no hace tanto y fíjate, ahora me culpa por no haberme ido y dice que mi mamá está presa por mi culpa, como si yo fuese responsable por lo que ella hizo. Ella es mi mamá y yo la voy a querer siempre,
pero él para mí está muerto y enterrado... ponlo así. He pasado trabajo, muchísimo, escríbelo también, y ningún dirigente ni de antes ni de ahora ha venido a ver si me faltaba un plato de comida. Nadie se ha preocupado por mí. Mira mi
casa, se está cayendo. He hablado con todo el mundo y nadie me ayuda. Se han ido gentes al extranjero, y en lugar de darme una casa se la han dado a los dirigentes.
- Estoy muy enfermo. Padezco de asma, obstrucción severa de las vías respiratorias y un síndrome de mala absorción. He estado dos veces muy grave y nadie se ha interesado por mí. Es más, si me sigo atendiendo y estudiando en los hospitales ha sido
gracias a amistades mías, porque si me pongo a esperar por esta gente... -hace un alto, requiere a su hijo y recomienza, esta vez más calmado.
Me cuenta que además tiene otra niña y que lleva un año sin trabajar a causa de su enfermedad, que fue precisamente su trabajo en la fábrica de hielo lo que acabó por destrozarle sus pulmones, y que ahora percibe, por concepto de certificado médico, 170
pesos (8 dólares) mensuales.
- ¿Cómo crees que mantengo a mis hijos? Enfermo como estoy he tenido que comer candela, guapear muy duro para hacer el billete. Con todo eso no tengo nada, ni un televisor para mis hijos, que tienen que salir a ver la TV por el barrio. Mi única esperanza es mi madre. Llevo
tantos años sin verla... Yo soy su único hijo. Eso pasó cuando yo tenía 8 años y ya tengo 29, imagínate el tiempo que hace que no la veo. Mi mamá se llama Dulce María Bermúdez González, escríbelo también. El mes que
viene sale de prisión y me ha dicho que espera poder ayudarme aunque tenga que empezar de nuevo.
Me acosa la tentación, como articulista que soy, de tomar las riendas, pero siento que mis ínfulas habrán de esperar para luego: le cedo a Henry, otra vez, la palabra:
- ¿A los Estados Unidos? No, no quiero irme. Allá hay que ir con salud. En las condiciones que estoy no voy a ser más que un estorbo... pero bueno, nadie sabe, ahora con todo este lío he pensado que vendrían a verme otra vez de la prensa oficialista, pero por
suerte no lo han hecho, pues temo que si algún día mejoro y me decido a ir vaya a tener problemas en la Oficina de Intereses.
Pregunto, y responde:
- Sí, si quieres puedes tomarme una fotografía y a mi casa también... Oye, ¿esto va a salir en Miami? -ahora es él quien pregunta.
- Probablemente -le respondo, y acto seguido dice lacónicamente:
- Perfecto. Ahora voy por la calle, y todos me dicen: "¡Oye, Henry, tú fuiste el primero!" -comenta, sonriente y tranquilo.
Yo aprovecho y le pregunto:
- ¿Por qué crees que 20 años después se gasten tantos millones?
Obtengo una respuesta que por mi condición de cubano, viviendo entre cubanos y en Cuba, me resulta más que elocuente:
- No sé.
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