¡Mango, mango, mangüé!
Jorge Diego Rodríguez, Cuba Press
VILLA CLARA, febrero - Una gran parte de los árboles frutales y maderables que embellecen los campos de Cuba, y también una considerable cantidad de vegetales comestibles, son exóticos.
Las crónicas refieren los casos del plátano, traído de las costas de Africa desde los primeros tiempos de la colonización; el de la piña, originaria del Perú, y el café, que empezó a tomarse en la isla a fines del siglo XVIII, pues lo usual
anteriormente era el chocolate, cuya base, el cacao, aunque se daba silvestre en Santo Domingo y Jamaica, no fue conocido por los siboneyes cubanos, sino que lo trajeron los españoles, según los historiadores.
El plátano se hizo representativo, hasta el extremo de calificar a un extranjero de "aplatanado" cuando había sido asimilado por las costumbres de esta tierra antillana. Sin embargo, la metamorfosis de esta especie no ha sido muy feliz en los últimos tiempos, ya
que la destrucción de considerables extensiones del llamado plátano fruta, y la implantación en su lugar de la variedad nombrada burro, ha provocado el aborrecimiento de la población.
En cuanto al plátano "macho" o vianda, su distribución se limitó a las personas con prescripción dietética, más los que se pueden adquirir en el mercado liberado, a precios que resultan inaccesibles para el consumidor medio. Otro tanto sucede
con la piña, que ha recibido el epíteto de reina de las frutas, pero también puede ocupar el trono de la carestía.
En relación con el café, es conocida la historia de su racionamiento tras el paso del ciclón Flora, en los inicios de los años 60. Esta restricción fue mitigada por los adictos, primero en el mercado negro, y desde mediados de los años 90 también
en las tiendas recaudadoras de divisas.
El mango, para citar un último ejemplo, fue traído a la isla en 1782, cuando La Habana no era más que una misérrima aldea. Cerca de la iglesia de La Salud, en la estancia de doña Micaela Jústiz, esposa del segundo Conde de Jibacoa, se sembró la
primera semilla, que introdujo Felipe Alwood. Su primera producción fue tan sólo de cinco mangos, dos de los cuales fueron vendidos a onza de oro cada uno. Quienes los adquirieron no lo hicieron sólo para saborear la fruta, sino además para obtener la semilla. Hoy, los
mangos están bastante caros en toda Cuba, a pesar de que en los últimos dos o tres años han aparecido importantes cantidades en el mercado. Aquel pregonero de antaño que voceaba: "¡Mango, mango, mangüé!" no pudo imaginar que a los clientes de
estos días apenas les alcanzaría el jornal diario para adquirir un mango grande, o dos o tres pequeños.
En cuanto a otros frutales, hubo una errónea política durante muchos años con posterioridad a 1959, consistente en derribar arboledas para desarrollar la ganadería y para sembrar caña u otras especies, con sus nefastas consecuencias en la dieta del cubano.
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