Una tarde
antes que llegaran las lluvias Miguel Angel Ponce de León
Miguel Angel Ponce de León, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre - En la tarde que me encontré al pintor amigo,
unos pocos días antes de estas lluvias, lucía un sol esplendoroso
en un cielo azul pálido. ¿Vamos a tomar un café?
Después del café nos sentamos en el pequeño y umbroso
parque que está frente a la casa del Conde de Villanueva, ahora un
diminuto y bello hotel de sólo nueve habitaciones.
¿La pintura? Le daba para ir tirando, quienes estaban insoportables
eran sus dos viejos tíos, con los cuales convivía. Le interesó
cooperar conmigo, en un futuro próximo, en un plan para promocionar
artistas jóvenes.
El pintor, mi amigo, es un hombre joven y atractivo. A pesar de ello me narró
una anécdota que sólo en la Cuba actual es creíble.
Su juventud y belleza no le aseguraron el acceso al amor durante seis meses.
Casi se sentía enfermo. Un amigo le aconsejó que fuera a Monte y
Cienfuegos, temprano en la noche, donde podría escoger prostitutas muy jóvenes
que por sólo cinco dólares le ofrecían treinta minutos de
sexo. Quizás exageró. Me dijo que había estado con cuatro
muchachas muy bonitas, o sea que disfrutó dos horas de ejercicios
sexuales por veinte dólares.
Lo interesante de su narración estriba en que hay que llegar temprano
al lugar, pues las jineteritas, siempre guardadas por sus amigos, allí
calientan los motores y obtienen los dólares que le permiten entrar en
discotecas, cabarets y hoteles y consumir mientras cazan en estos últimos
lugares los clientes que más pagan; los extranjeros. El precio: entre
cincuenta y cien dólares.
Seguimos conversando y finalmente me invitó a comer. Fuimos al
restaurante La Luz, al lado del hotel Ambos Mundos, donde cenamos bien y barato.
La noche, más bien fría, había caído ya sobre la
Habana Vieja, y la calle Obispo resplandecía bajo la luz ámbar de
sus faroles.
El pintor, mi amigo, siempre que lo encuentro, al dejarlo, me deja cargado
de energía positiva.
Pero el asunto de las jineteras... miro en derredor y descubro una tras otra
a las muchachitas que ya comienzan a trabajar, que ya han calentado sus motores
previamente en Monte y Cienfuegos o en cualquier otra parte. Las descubro
incluso recostadas a la pared del atrio que da acceso a la Catedral de la
Habana. ¿Cuántas habrá en la ciudad? ¿Qué
negocios colaterales se desprenderán de su actividad? ¿Cuántas
consumirán drogas o serán seropositivas sin saberlo?
Se termina el año, lluvias y fríos inusuales nos han azotado, ¿qué
nos traerá el 2001 a los cubanos? ¿Volverán los jóvenes
a tener relaciones amorosas sin necesidad del comercio sexual? ¿Recuperaremos
el amor en su más amplio sentido?
Vuelvo a casa y al penetrar en el patio central del edificio recuerdo a los
policías que entraban a cobrar el dinero por los negocios ilegales que en
él se realizaban, su avidez ante los cinco o diez dólares que le
tocaban a cada uno. Ya este patio no huele tan intensamente a mariguana.
Me siento pesimista ante el futuro nuestro. Se da marcha atrás.
Aumenta la represión. La corrupción se infiltra en todos los
intersticios del entramado social.
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