Se lo tengo
que decir
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA, diciembre - Le tengo que decir a Orrio que ir hasta la nueva casa
que ha rentado a un costado de la Central de Trabajadores de Cuba, después
de las seis de la tarde, a entregarle mis semanales trabajos de prensa es correr
un riesgo enorme.
Cuando iniciamos ese encuentro cada lunes siempre empleamos hasta más
de cuatro horas en el intercambio de información, especulaciones y calor
humano. Entonces, pasada la medianoche, el regreso a mi casa lo hago a pie.
Camino a través de una ciudad oscura que recuerda esas calles del Londres
espectral del siglo XIX, que la literatura se ha encargado de perpetuar como el
escenario ideal para los más terribles crímenes. En mi vuelta a
casa atravieso la calle Reina, que en la noche se convierte en Bruja. La poca
luz que iluminan mis pasos me llega de débiles bombillas que salen de
ventanas de casas donde los habaneros se refugian hasta el siguiente día.
Yo sé lo que digo, porque también he sido un hijo de la noche
hace muchos años. Pero aquella Habana nocturna de mi juventud era
diferente. La de ahora es tétrica , y tiene algo sucio que flota como un
vaho que uno no puede ver, tocar u oler, pero conoce su existencia por sentirlo.
El único símil que ahora se me ocurre es un animal mitológico
de aspecto desagradable.
En esas noches la calle Reina convertida en Bruja con su espectral soledad
está inundada de bultos que entre sus altas columnas aguardan un no sé
qué entre las sombras. Son seres solitarios, posibles homosexuales que
esperan la "suerte" de un sexo triste. Después paso por el
parque ubicado donde termina la calle Galiano, antigua Plaza del Vapor, que
permanece obscuro. Y cuando miro de reojo hacia mi lado izquierdo veo en el
centro de ese parque una multitud de sombras que se mueven en una danza
siniestra. Entonces, de repente, emerge de la oscuridad un travesti con la
peluca mal colocada que me recuerda la película "Psicosis"
cuando el personaje irrumpe en el zaguán, puñal en mano y la madre
sólo es un esqueleto con la cabellera intacta sentada en un sillón,
y desvío la mirada porque sé, estoy seguro, que me encontraría
con los ojos de ese animal inenarrable que se ha convertido en el soberano de la
noche.
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