CUBANET .INDEPENDIENTE

26 de diciembre, 2000


Se lo tengo que decir

Ramón Díaz-Marzo

LA HABANA, diciembre - Le tengo que decir a Orrio que ir hasta la nueva casa que ha rentado a un costado de la Central de Trabajadores de Cuba, después de las seis de la tarde, a entregarle mis semanales trabajos de prensa es correr un riesgo enorme.

Cuando iniciamos ese encuentro cada lunes siempre empleamos hasta más de cuatro horas en el intercambio de información, especulaciones y calor humano. Entonces, pasada la medianoche, el regreso a mi casa lo hago a pie. Camino a través de una ciudad oscura que recuerda esas calles del Londres espectral del siglo XIX, que la literatura se ha encargado de perpetuar como el escenario ideal para los más terribles crímenes. En mi vuelta a casa atravieso la calle Reina, que en la noche se convierte en Bruja. La poca luz que iluminan mis pasos me llega de débiles bombillas que salen de ventanas de casas donde los habaneros se refugian hasta el siguiente día.

Yo sé lo que digo, porque también he sido un hijo de la noche hace muchos años. Pero aquella Habana nocturna de mi juventud era diferente. La de ahora es tétrica , y tiene algo sucio que flota como un vaho que uno no puede ver, tocar u oler, pero conoce su existencia por sentirlo. El único símil que ahora se me ocurre es un animal mitológico de aspecto desagradable.

En esas noches la calle Reina convertida en Bruja con su espectral soledad está inundada de bultos que entre sus altas columnas aguardan un no sé qué entre las sombras. Son seres solitarios, posibles homosexuales que esperan la "suerte" de un sexo triste. Después paso por el parque ubicado donde termina la calle Galiano, antigua Plaza del Vapor, que permanece obscuro. Y cuando miro de reojo hacia mi lado izquierdo veo en el centro de ese parque una multitud de sombras que se mueven en una danza siniestra. Entonces, de repente, emerge de la oscuridad un travesti con la peluca mal colocada que me recuerda la película "Psicosis" cuando el personaje irrumpe en el zaguán, puñal en mano y la madre sólo es un esqueleto con la cabellera intacta sentada en un sillón, y desvío la mirada porque sé, estoy seguro, que me encontraría con los ojos de ese animal inenarrable que se ha convertido en el soberano de la noche.


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