Mensajeros
de la muerte
José Antonio Fornaris, Cuba-Verdad
LA HABANA, diciembre - En un breve lapso de tiempo de una fecha determinada
de 1958, en La Habana estallaron cien artefactos explosivos. El hecho es
conocido como "La noche de las cien bombas".
Esa operación fue dirigida por Sergio González López,
El Curita. El sobrenombre le viene de su facilidad para burlar la persecución
de la policía del presidente Fulgencio Batista disfrazándose de
sacerdote católico.
Sergio González López es un héroe-mártir del
actual gobierno de Cuba, como también lo son, entre muchos otros, Enrique
Hart Dávalos, que murió al explotarle una bomba que intentaba
poner en el acueducto de Matanzas. El pensaba dejar sin agua a toda esa ciudad.
También Ursula Díaz Báez, que perdió la vida en
circunstancias parecidas al tratar de colocar una bomba en el cine América
de la calle Galiano, una de las arterias más concurridas de la capital
cubana.
Mientras duró la insurrección dirigida por Fidel Castro no
hubo un día o una noche que dejaran de explotar bombas en una o en varias
ciudades de Cuba. De esta tarea se encargó la guerrilla urbana que se
denominaba "Grupo de Acción y Sabotaje".
Esa ala urbana del denominado Ejército Rebelde atentaba contra la
vida de cualquier personero del gobierno de Fulgencio Batista y detonaba
explosivos en cines, bares, latones de basura, a la entrada de las tiendas, al
lado de un poste del tendido eléctrico o en cualquier lugar público
que se le ocurriera.
De las víctimas inocentes de semejante accionar nunca se han dado
cifras. El terrorismo era un medio para obtener un fin. Y la máxima: "El
fin justifica los medios" movía, no cabe duda, a los terroristas de
esa época.
El fin era llegar al poder, para de ahí obtener más poder. Lo
lograron, y el resultado lo ha sufrido diariamente durante décadas la
inmensa mayoría del pueblo cubano.
Si los métodos que emplea en España el grupo terrorista ETA se
parecen a los que los gobernantes de Cuba utilizaron durante los años
1957 y 58, no es casualidad: los terroristas siempre se parecen. No importa el
lugar ni el tiempo que señala el calendario.
A veces, es cierto, los terroristas logran sus más anhelados deseos
por circunstancias específicas o muecas de la Historia. Pero siempre serán
terroristas. Sobre todo cuando no se han arrepentido de esos métodos,
cuando no han pedido perdón por los daños causados con ese tipo de
lucha.
Los terroristas siempre son representantes de la muerte. Siempre entregan un
mensaje de desesperación y desolación. Detenerlos, oponerse a sus
designios es algo que va más allá de fronteras territoriales.
Cuando los terroristas llegan a donde quieren llegar, todos, casi sin excepción,
tenemos dificultades. Por eso es mil veces mejor detenerlos en cualquier lugar y
condenar sus actos en cualquier parte del planeta que los realicen.
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