"Cuba"
y la Historia de Cuba
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, diciembre - Con tantas penas y tan pocas glorias pasó por
las salas cinematográficas habaneras la coproducción
hispano-cubana de Pedro Carvajal "Cuba", que no quedó más
remedio que exhibirla en la televisión isleña, a ver si por lo
menos así el gobierno de Fidel Castro lograba difundir el mensaje ideológico
a su favor contenido en la misma.
De su calidad artística, poco por decir. El crítico Frank Padrón
se ocupó en el semanario Trabajadores de calificar al filme como "una
nueva incursión en nuestra historia, desde ojos foráneos, que
rezuma simpatía por ella, que demuestra respeto, pero cuyos resultados
artísticos no colman las expectativas".
"Cuba", al igual que su similar "Mambí", tiene
por mérito formar parte de una recién nacida temática fílmica:
las guerras de independencia de la otrora Perla de las Antillas, en particular
la Guerra Hispano-Cubano-Americana, pero vista desde el lado de los españoles
y con un motivo común: la explosión en La Habana, el 15 de febrero
de 1898, del acorazado norteamericano Maine. La trama amoroso-guerrera de "Cuba"
gira alrededor de ese suceso y brinda en algunos momentos una meritoria visión
multicolor, asentada sobre los dramas personales de los implicados. Su hilo de
Ariadna es un romance prohibido entre una cubana independentista y un
tenientillo español, quienes ilustran sobre el ejercicio de algunas
posiciones eróticas descritas en el Kamasutra, a ritmo de paso doble,
mientras un oficial de Antonio Maceo y una mulata hija de Oshún lo hacen
a ritmo de conga. Todo al mejor estilo de un culebrón: casada con hombre
rico, imposible amor; los machos mueren, las hembras fieles hasta después
de "viudas".
¿Por qué, entonces, comentario para tanta hojarasca? Pues para
llamar la atención sobre el punto sospechoso, diríase promotor de
ese enfoque confrontacional y antinorteamericano, tan propio del gobierno de
Fidel Castro y del revanchismo hispano. "Cuba", el filme, no apuesta
por ese camino de modo categórico; pero insiste alevosamente en la vieja
leyenda, según la cual los norteamericanos hicieron volar al Maine para
contar con el pretexto invasor de Cuba, la tierra. Poco importa que una
excelente investigación del almirante estadounidense Hyman Rickover haya
demostrado que la explosión del Maine tuvo por origen la extrema cercanía
entre un depósito de carbón bituminoso y otro de municiones, lo
cual confirmó lo dicho en 1898 por los oficiales hispanos del Peral y
Salas y, según tengo entendido, llevó al presidente Clinton a
ejercer justicia histórica. Increíble, pero cierto: la
historiografía cubana aún sostiene que la oficialidad del Maine no
se encontraba a bordo en el momento de la explosión, cuando es harto
conocido que Charles D. Sigsbee, capitán de la nave, fue sorprendido por
la tragedia mientras escribía una carta ¡en su camarote!
Milagrosamente, sobrevivió. No sólo para contarlo, sino para
encabezar el salvamento de lo que pudo salvar.
Julio Le Riverend, conocido historiador cubano ya fallecido, declaró
a la televisión isleña poco antes de morir que el ciudadano tiene
el derecho de que le sea contada una historia de la nación cierta. Cuba,
el filme, con su insistencia en la supuesta participación yanqui en la
explosión del Maine, no contribuye a la consagración de ese
derecho. Por suerte, como ocurre a la hojarasca, los malos filmes son presas del
viento.
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