Hasta
la victoria siempre
Ricardo González Alfonso
LA HABANA, diciembre - Estoy en peligro. Sobre todo desde aquella mañana
en que, después de leer el periódico, abrí el refrigerador
y el congelador me engañó. Sospeché inmediatamente que era
víctima de una conspiración. Corrí al cuarto, registré
el escaparate, me asomé a la ventana, y confirmé mi conjetura.
No soy paranoico, sino objetivo, lo prueba mi confianza absoluta en la
prensa cubana. En la del gobierno, en la única lícita, claro está.
En un instante de debilidad ideológica recordé unos versos de
Suite de la Muerte, del poeta contrarrevolucionario Raúl Rivero. "Acaban
de avisarme que he muerto./ Lo anunció entre líneas la prensa
oficial". A mí, en cambio, me informó que la vida es hermosa,
que el pueblo alcanzó el triunfo.
Pero no existe victoria sin derrotados y resentidos, por eso el refrigerador
y el escaparate me traicionaron. Mas no son esos equipos electro-apóstatas
los únicos involucrados. Mis muebles simulan estar raídos, el piso
intenta hacerme creer que sus losas están carcomidas, el techo exhibe
falsas grietas y las paredes pretenden convencerme de que están
despintadas. Incluso el espejo, que hasta ahora gozaba de mi credibilidad, me
mintió, y me devolvió la imagen de un rostro demacrado.
Salí a la calle. El enemigo me acechaba en cada rincón. El
asfalto se enmascaró con un bache amplio y antiguo. Algunas esquinas se
disfrazaron de basureros. Por supuesto, no tengo la menor duda de que aquellas
moscas las envió la CIA.
Fui al agromercado. Los precios seguían altísimos, impagables.
Hablé con el administrador. Me miró atónito y me dio la
espalda. Sin dudas era un burócrata con pretenciones de pequeño
burgués. Me dirigí a un hombre corpulento, con manos callosas; en
fin, un proletario. Le dije la nueva buena. Su respuesta me desconcertó: "Oye,
puro, deja la muela ésa, que los teques son en las mesas redondas de la
televisión".
La conspiración estaba muy extendida. Pero no me inmuté. ¿Quién
desconoce que la Seguridad del Estado lo tiene todo bajo control?
Me encaminé a la parada de la guagua. Allí se aglomeraron muchísimos
agentes enemigos para que yo pensara que el transporte estaba malo; pero un
comunista debe ser listo, así que simulé creerme aquella farsa y
pregunté quién era el último. Los conductores de los ómnibus
también le hacían el juego al imperialismo y se retardaban
intencionalmente. En el primer carro no me pude ir, tampoco en el segundo; pero
sí en el tercero.
La cantidad de apátridas reclutados era increíble. Iba
comprimido en aquella guagua con ventanillas de cristal herméticamente
cerradas. No recibía otra ventilación que el aliento del prójimo.
"Debe ser un sabotaje", pensé, y continué dispuesto a
defender con mi vida las conquistas de la Revolución. Y como no hay mejor
defensa que el ataque, le dije a un individuo que clavaba su codo de mercenario
en mi costillar patriótico: "¡A mí nadie me confunde. Lo
mío es de Socialismo o Muerte!" "¡Y que valga la
redundancia!", me respondió aquel gusano. Fui a darle un tapabocas,
pero en eso la guagua llegó a mi destino y me bajé. Bueno, me
bajaron.
Me dirigí a un hotel muy bonito, de ésos de lujo. Horror. No
me dejaron hospedarme porque era cubano. Se trata de una conjura internacional
(en el asunto ya están metidos no sólo los yanquis, sino hasta los
europeos). Le grité al gerente cuatro consignas revolucionarias, enarbolé
mi periódico y llamé a la policía. Me arrestaron.
Ahora estoy aquí. Más firme que nunca, pues no me importan los
electroshocks, y al más pinto le muestro mi verdad irrefutable: "Léalo
usted mismo: ¡Cuba alcanzó un 7,7 por ciento de crecimiento económico!"
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