Cuentos
de Portal
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, diciembre - El Portal de mi apellido se lo debo a la desenfrenada
admiración que sentía mi bisabuela por los héroes. Sin
embargo haber padecido a Fidel Castro se lo debo a la manía de los Vázquez
de perpetuar su estirpe como garañones bravíos.
La Tea Incendiaria había llegado a las Villas, y parece que la
llamarada que consumía los cañaverales también inflamó
el corazón de Mamá-Tita por Papá-Chino, que entonces no
eran Mamá-Tita ni Papá-Chino sino una doncella suspirante ella y
un garboso teniente de mambises él.
Las tropas rebeldes habían acampado en la finca de mi tatarabuelo.
Las ropas mugrientas, un brazo en cabestrillo y la apostura del teniente ganaron
la primera escaramuza en el alma de la muchacha. Entre que "le cambio el
vendaje, le lavo la chaqueta" y "de ningún modo, señorita,
sus manos no están hechas para esos menesteres", terminaron trayendo
al mundo a mi abuelo.
Crecí oyendo historias de Papá-Chino y Mamá-Tita. Era
una urdimbre de realidad y fantasía difícil de entender para un
chiquillo. Tan pronto Mamá-Tita era la hija de un poderoso hacendado
enamorada de un desarrapado, como Papá-Chino era un aguerrido Coronel
hechizado por una campesina de padres arruinados. Para entonces ya la familia se
había dividido y unos eran Del Portal y otros Portal a secas. Así
que los cuentos variaban según el portal de la casa donde se oyeran.
El Dr. Sánchez Del Portal, de quien nunca supe su nombre -cuando
anunciaba sus visitas salían de los baúles los manteles más
finos, a nosotros nos endomingaban aunque fuera jueves, y había que
tratarlo con mucha deferencia- era el padrino de mis padres. Había
estudiado medicina y se dedicaba a la política. Mi madre lo adoraba. Mi
padre no las tenía todas con él. Y precisamente ahí se
enmarañó mi destino.
Soy el quinto de una familia de ocho hijos. Queda verificada la garañonería
de los Vázquez. Empezaba el año 1951. Mamá volvió
con los vómitos y los antojitos. Eduardo Chibás ganaba cada día
más prosélitos. El Dr. Sánchez Del Portal evidenciaba su
nerviosismo. Papá no se inmutaba. Sólo pensaba en que habría
de ampliar la casa y redoblar las provisiones en la alacena.
A poco del nuevo embarazo de mi madre llegó a casa el Dr. Sánchez
Del Portal. Me salvé por un pelito. Ya habían conspirado mi
aborto. Mi padre frustró los planes con una frase que alguna vez habré
de usar en mis libros: "Mis hijos los hago yo y los mantengo yo, vaya usted
a hablarle de la situación del país a sus correligionarios".
Nací cuando faltaban cinco meses y un día para que el general
Fulgencio Batista se adueñara nuevamente, esta vez por la fuerza, del
palacio presidencial. Detrás de mí arribaron tres hermanos más.
Papá no andaba creyendo en Asaltos al Moncada ni bombitas en los cines.
Estaba dispuesto, y decidido, a cumplir la promesa que le hiciera a su padre de
crear una familia larga y ajena a la política.
Lo de la familia larga resultó. Lo de ajena de la política
Fidel Castro se lo echó a perder. Yo tenía apenas once años
cuando me encasquetaron una boina, me ataron una pañoleta y me pusieron a
vocear canciones heroicas. Mi hermano tenía sólo dieciséis
cuando, con un fusil más grande que él, lo montaron en un camión
con rumbo al Escambray. Mi hermana recién había regresado de
desandar los montes con un farol y una mochila a cuestas.
A mi madre no se le secaban las lágrimas para mojarse con otras, y,
lo peor, fue por eso la zurra que me propinó cuando supo que me había
enrolado en los Pioneros sin contárselo antes.
Nada, que mi madre siempre quiso evitarme problemas pero parece que salí
testarudo como mi padre.
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