"¿Por
qué fusilaron a mi papá?"
Tanía Díaz Castro
LA HABANA, diciembre - Hace apenas unas horas que conocí a Caridad
Martínez, una mujer de 51 años, de piel morena, , pequeña
de estatura y ojos muy tristes, sentadas ambas en el Parque de los Mártires,
situado en la calle San Lázaro e Infanta, a dos o tres cuadras de su casa
y la mía.
Inesperadamente, sin que yo supiera por qué , esa mujer me contó
su historia con voz entrecortada. Cuando tenía diez años de edad,
en los primeros días del mes de marzo de 1959, supo que su padre había
sido fusilado. Nunca más fue un ser normal. Tampoco sus cinco hermanos,
algunos menores que ella. Nunca pudieron desafiar la vida con empeño y
tesón, esperar de ella lo mejor, tarde o temprano, o agradecerle lo poco
que han obtenido a través del tiempo.
Caridad me cuenta que siempre fue una mujer marcada con hierro candente, que
con el fusilamiento de su padre y de su tío, hermano de éste,
terminaron sus juegos infantiles en los portales de Pinar del Río, ciudad
occidental de Cuba donde nació y vivió junto a sus padres, cuando
una vecina dijera muy conmovida que Jacinto Martínez Conill y Manuel Martínez
Conill habían sido fusilados por orden de la Revolución de Fidel
Castro.
Sin embargo, a partir de ese momento, la figura del padre creció aún
más dentro de su alma. Fue quien la ayudó a dar los primeros
pasos, quien la alzaba en brazos para volar muy alto y luego reír de
gozo.
"¿Por qué fusilaron a mi papá?", preguntó
muchas veces. Mas nadie respondía. Su frágil e inmadura cabecita
no quería aceptar aquella espantosa realidad y lloraba en el fondo del
patio de su casa, en silencio, para que nadie pudiera escucharla. Así una
y otra vez.
En el hogar de Caridad jamás volvió a escucharse el sonido de
la risa. La radio dejó de funcionar y la madre andaba de aquí para
allá como una sombra, rodeada de niños desolados. La vida comenzó
a ser distinta, como una película tenebrosa que Caridad no quisiera
volver a ver.
Lo peor de todo fue cuando un grupo de soldados rebeldes llevaron las dos
cajas de muerto, completamente selladas y las dejaron en medio de la sala, ante
la sorpresa de todos los familiares. En una caja, dijeron los soldados, estaba
el padre; en la otra, Manuel su hermano y sus órdenes precisas fueron no
abrir dichas cajas, no asistir muchos al cementerio y no hacer comentarios fuera
de la vivienda. Varios soldados estuvieron todo el tiempo custodiando los féretros.
El fusilamiento de ambos hermanos tuvo lugar los primeros días del
mes de marzo de 1959, unos días después de ser detenidos, al
triunfo de la Revolución de Castro y tras un juicio sumarísimo. De
esta forma ocurrieron después miles, implantándose así el
terror en la isla.
Durante años Jacinto había trabajado como militar en Puerto
Esperanza, al norte de la provincia pinareña, y su hermano Manuel sólo
hacía unos meses que había ingresado en la Policía
Nacional.
Al poco tiempo, la familia solicitó el acta de defunción de
ambos hermanos. Ese documento sólo decía: "Causa de muerte
desconocida".
Han transcurrido 41 años de estos hechos y Caridad lo recuerda todo
como si hubiera sido ayer. Por eso, mientras me hablaba de su padre y de su tío,
sentadas las dos en el Parque de los Mártires, dejó correr sus lágrimas,
lentamente, como hacía de niña en el fondo del patio de su casa,
para que solamente yo conociera de su hondo e infinito dolor.
Cuando nos despedimos, yo no sabía qué decirle. Nos prometimos
una visita y al ver que se alejaba, de pronto me dieron deseos de pedirle perdón
yo también.
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