CUBANET ...INDEPENDIENTE

14 de abril, 2000



Mayoría de sólo un hombre

Mario J. Viera González, Cuba Voz

"Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar del hombre justo también está en la cárcel" - Henry Thoreau (1846)

LA HABANA, 13 de abril - Encerrado dentro de los muros de una cárcel cuyo nombre es todo un símbolo de la realidad política actual de Cuba, "Cuba sí", cumple una injusta sanción privativa de libertad Oscar Elías Biscet. Médico de profesión, disidente por convicción, rebelde, con la rebeldía de todo aquel que dice no cuando en su conciencia la respuesta es: no. Biscet enfrentó la fuerza de un gobierno que se siente a sí mismo inamovible, y le enfrentó convencido de que todo el poder gubernamental podría descargarse sobre su persona.

A la violencia física respondió con calma. En cada detención nunca dejaba de aflorar su sonrisa porque se sentía fuerte. Un hombre es fuerte cuando a la violencia ofrece su mejilla izquierda. Su método de lucha, la paz contestataria, ésa que critica con rudas palabras y se opone a la colaboración con las fuerzas del poder. Si la disidencia en Cuba es un reto al poder, la táctica de la acción no violenta de Biscet es toda una rebelión. Su lucha, prácticamente solitaria, es la del individuo que no obedece más fuero que el de sus propias convicciones.

Los gobiernos dependen para su subsistencia de la capacidad que puedan tener para asegurarse la lealtad y obediencia de sus instituciones de poder, y contar con la colaboración o la resignación de la mayoría de la población. Biscet, como cualquier otro disidente cubano, optó por la no colaboración, por la no aceptación de los cánones que a la sociedad se le ha impuesto. Es la convicción de Thoreau que declara: "Lo que debo hacer, ante todo, es ver que no me presto a la injusticia que condeno".

Tal vez le sobre pasión, y su forma de actuar, a veces no sea de particular agrado para muchos de los disidentes cubanos, se vea reducida a una mayoría de sólo un hombre. Pero es innegable que actúa. Ya sea encabezando un largo ayuno de cuarenta días o convocando a una manifestación pacífica o intentando leer en una plaza pública los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se le condena y lo acusa el poder de no ser un dócil ciudadano, porque él como Thoreau prefiere ser ante todo hombre, y sólo después súbdito. Es por estas razones que Oscar Elías Biscet ha sido condenado a la prisión.

Biscet no es un caudillo, le faltan todas esas características que dibujan a los "supremos redentores", pero sí un paradigma y los paradigmas son sumamente peligrosos para los gobiernos que se instituyen sobre la base de un liderazgo carismático y de una conducción petulista y paternalista. Quizá no sea un verdadero conductor de muchedumbres, ni el Mesías que pronuncia una doctrina universal sobre un monte ante multitudes arrobadas que conocen de la boca del Maestro, que son la propia sal de la tierra. En Biscet sólo cabe la figura de los apóstoles, del que transmite la Buena Nueva y es capaz de aceptar la persecución por causa de la justicia que defiende.

Alguna voz salida de Cuba lo propuso como merecedor de un Premio Nobel de la Paz, y hay ciertamente condiciones en Biscet para que pueda apoyarse esa propuesta y su candidatura. Tal vez muchos no concuerden con él o no consideren viables sus métodos, pero él se levantó defendiendo la abolición de todo lo que niegue a la vida ya sea el aborto intencional o la legalización de la pena de muerte. No como un sedicioso alzado en armas en un paraje agreste llegó a la prisión, sino como el que proclama la soberanía del individuo frente a la soberanía del Estado. No como un malhechor que quebranta la ley en aras de lucro, sino como el ciudadano que se niega a reconocer la validez de una ley injusta.

En Biscet anima quizás inconscientemente la voz de Etuenne de la Poëty que, en el lejano siglo XVI, en su discurso de la servidumbre voluntaria, recomendaba enfrentar a un gobierno tiránico por medio de la desobediencia para alcanzar la libertad; o el alegato de León Tolstoi, que no consideraba a los zares como los responsables principales de la opresión. "Sino a aquéllos que los han puesto donde están, y los apoyan en una posición desde la que tienen poder sobre la vida y la muerte de la gente". Y como Tolstoi, que no creyó necesario darle muerte a los zares, así también lo ha creído Biscet convencido como el conde ruso de que sólo "basta con dejar de sostener la condición social de la que (los zares) son producto".

Creo que en Biscet hay méritos suficientes para ser nominado como candidato al Nobel por la Paz.



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