El gym, la llave y el hombre atento
Lázaro Echemendía, Cuba Press
SANTA CLARA, abril - Soy un culturista empedernido, body builder, fisiculturista. De hecho es mi deporte el único autorizado a robarle tiempo a mis letras.
Escribir y "yerrear" me son actos vitales. No soy yo cuando me falta uno.
Por alguna razón ayer no abrió mi gimnasio, acabo de enterarme de que no volverá a abrir.
- Toma, éstas son las llaves del mío -me dijo un muchacho viéndome atribulado por la inesperada clausura. Ve -yo sabía la dirección- allá entrena poca gente y te vas a sentir mejor.
Agradecido y mudándolo de muchacho a amigo, partí.
Después de exorcizar mi cerebro de títulos, ideas y futuros artículos, ritual imprescindible para mi concentración, comencé a entrenar. Algunos a menudo burlan el exorcismo y a tales intrépidos los premio convirtiéndolos en nota.
Poco después se me unió otro "yerrero".
- ¿Vas a utilizar estas pesas? -le pregunté.
- No -me dijo. Hoy voy a entrenar poco, estoy muy cansado.
Luego intercambiamos criterios sobre los beneficios del entrenamiento. Noté su interés por mis conocimientos al respecto.
Le gustaría, me dijo, poder dedicarle más tiempo al ejercicio, pero su trabajo no se lo permitía.
- ¿Y dónde trabajas? -le pregunté.
- En Seguridad del Estado -fue su respuesta.
- Pero... ¿oficial? -no pude sustraerme a preguntar.
- Teniente Coronel -contestó.
Me sorprendió su juventud para tan alto rango. "¡Ah!, vaya méritos", pensé con mordaz ironía.
Me sacudieron preguntas. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué hacía? ¿Qué nos diferenciaba? Sobrecogido por mi osadía, intenté llevar la conversación a mi campo, pero parca fue mi cosecha.
Sospeché sin embargo que amagaba una amistad. Lo olí, y doy fe de mi olfato.
Me admiró la idea de que pudiésemos ser amigos. Escapé a la metafísica, más benigna acaso-, caminé el tiempo, y le vi la cara el día que le dijera... o que por "necesidad" se enterase de que yo era periodista independiente. "¿Por
qué no me lo dijiste", me decía. Has estado a punto..." O peor: "Me has buscado una desgracia, eso no es de amigos".
Sentí pena por él, pena también por mi fútil tentación de aleccionarlo: "Ya ves, hemos sido amigos y no pienso como tú".
- ¿En qué trabajas? -preguntó, disolviendo el futuro.
- Soy médico -no le mentí.
Parecióme protagonizar uno de esos programas "Escoja su final", "Decida usted". Y escogí:
- Me voy, ya terminé -ahora sí mentía.
Me dejó su dirección y me habría gustado que hubiese prescindido de hacerlo.
Llegué a la casa y comenté el incidente. "Sí", me dijeron, "él se llama..."
Por la noche me senté a leer. Sólo entonces recordé. ¡¿La llave del gimnasio?! Revisé por todas partes, pero no la encontré. "Debo haberla dejado allá mismo", pensé, y hasta allá me fui.
El gym ya estaba cerrado. No obstante, me alarmaba el destino de la llave. Así que, disciplinadamente, debí sufrir la burla de mi suerte.
- ¿La llave? -me dijo.
- Sí, la olvidé cuando me fui, creo que la dejé sobre...
- Yo la encontré, no te preocupes. Ven, ven, entra.
- No, yo... la comida... -me tomó desprevenido.
- Después comes, compadre, entra para que te tomes una cerveza.
Adentro todo estaba a medio hacer, las paredes, la repisa.
- Dos años llevo en esto -me dijo.
Me contó cómo tuvo que improvisarse albañil, carpintero, cómo tendrá que hacerse pintor y coger la brocha. Conocí a sus hijos, a su esposa. Supe de las vicisitudes que arrostró para poder tener su televisor y su máquina de video.
Con arqueológica satisfacción creí en aquel hombre, como el aplauso incontinenti y nervioso de quien descubre un manatí.
Mi cerveza tocaba a su fin; y yo, temeroso de una segunda ronda, satisfecho por mi descubrimiento, pero con ansias crecientes de irme, apuré varias excusas. No sin tropiezos logré escapar.
Ahora, 24 horas después, escribo al tiempo que me estrujo los sesos. A propósito, tú que me lees, prueba a llegarte a mi yo y asísteme, dime ¿qué harás con cierta invitación pendiente?
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