AREQUIPA, Perú.-Como Prometeo en la mitología griega, quien robó el fuego de los dioses para regalárselo a los humanos, Cuba era una isla prácticamente a oscuras hasta que llegaron los serenos y faroleros, alumbrando farolas, rincones y calles.
Los primeros habitantes de Cuba ya intentaban iluminarse con teas y antorchas. Obtenían fuego frotando maderas resinosas y les fascinaba el cocuyo como fuente de luz. Los colonizadores españoles de la Isla, por su parte, continuaron utilizando estos métodos, pero a medida que se introducían nuevas formas de iluminación en el país, estas prácticas se volvieron obsoletas.
En 1595, las familias comenzaron a usar velas de sebo, disponibles en abundancia, mientras aquellos adinerados preferían velones importados de Sevilla, alimentados con aceite de oliva. Cuando caía la noche, las personas evitaban salir a la calle. Quienes debían hacerlo, llevaban acompañantes armados y linternas para protegerse de los perros jíbaros hambrientos y los negros cimarrones.
Hasta mediados del siglo XVIII, La Habana no contaba con un sistema regular de alumbrado público. En 1787, el gobernador Ezpeleta implementó un modesto sistema de iluminación, instalando una farola de vidrio en cada cuadra o manzana. A pesar de esta mejora, los ciudadanos aún debían llevar sus propias fuentes de luz al caminar por la noche. Eran común ver a los esclavos alumbrando el camino de sus amos.
En 1809, el marqués de Someruelos, Gobernador de la Isla en ese momento, impuso medidas estrictas, prohibiendo que los carruajes circularan sin iluminación después del toque de las oraciones y restringiendo estar en la calle luego de las once de la noche, sin un farol y un motivo apremiante.
Y se hizo la luz
Fue durante el gobierno del teniente general Miguel Tacón (1834-1838) que se mejoró el alumbrado público y se introdujo una figura icónica en la noche habanera: el sereno. Este era un vigilante nocturno que patrullaba el vecindario encendiendo farolas y ocasionalmente anunciando la hora y el estado del tiempo en voz alta, además de arrestar a delincuentes si era necesario.
Eventualmente, las lámparas de hidrocarburos líquidos comenzaron a difundirse en todo el mundo, incluyendo Cuba debido a su fama de proporcionar una llama estable y una iluminación clara. Aparecieron así en el mercado diversas variedades de petróleo que se utilizaban como combustible para estos artefactos. Una de las marcas populares fue “Luz Brillante”, término que todavía se usa en la Isla para referirse al keroseno y otras sustancias similares.
En 1826, se demostró el alumbrado con gas en Cuba, pero no se popularizó hasta 1844 cuando la Compañía Española monopolizó su distribución. A pesar de multiplicar los faroles públicos, este sistema era ineficiente y perjudicial para la salud. Mejoró con las camisetas incandescentes Auer en 1904, pero la electricidad pronto se impuso con lámparas de tungsteno.
Las antiguas farolas de gas se adaptaron para el nuevo sistema y ello propició el surgimiento de un nuevo personaje: los faroleros. Estos sujetos, utilizando un palo fino y largo conectaban las farolas cuando caía la noche y las apagaban al amanecer.
La presencia de los faroleros constó en Cuba hasta alrededor de 1950, mientras los serenos, ofrecieron sus servicios casi como trabajadores por cuenta propia, durante un poco más de tiempo.