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Vladimir Bukovski y los siquiatras carceleros del comunismo

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Vladimir Bukovski (Foto: Vladimir Bukovski website)

LA HABANA, Cuba. – Ha muerto, a los 76 años, en Cambridge, Gran Bretaña, el escritor y disidente ruso Vladimir Bukovski.

Su colega Alexander Solshenitzin, quien ganó un Premio Nobel, fue más famoso en Occidente, pero Bukovski lo superó en apego a los ideales democráticos y compromiso con la defensa de los derechos humanos, lo que lo convirtió en uno de los más firmes adversarios que enfrentó el régimen soviético.

Por su inquebrantable actitud, Bukovski pasó más de doce años encerrado en cárceles, campamentos de trabajo forzado y hospitales siquiátricos.

En 1959, con solo 16 años, fue de los primeros en editar samizdats (publicaciones clandestinas), por lo que lo expulsaron de la escuela. En 1963, fue enviado a la cárcel por “copiar literatura antisoviética”. Unos meses después de ser puesto en libertad, en diciembre de1965, fue vuelto a encarcelar por solidarizarse con los escritores disidentes Yuri Daniel y Andrei Siniavsky. Fue liberado en julio de 1966, pero unos meses después lo condenaron a tres años de prisión. En 1972 lo condenaron a siete años de prisión y cinco de exilio acusado de “calumniar al Estado Soviético”.

En 1976, el gobierno soviético negoció con la dictadura de Augusto Pinochet el canje de Bukovski por el líder comunista chileno Luis Corvalán. De aquel canje salió muy mal parado el gobierno soviético, no solo porque Bukovski y su lucha alcanzaron relevancia internacional, sino también por una cancioncilla satírica que se mofaba de Leonid Brezhnev y que en la Unión Soviética se hizo tan popular o más que las baladas de Ala Pugachova.

Radical frente al comunismo, Bukovski no se dejó seducir por la Perestroika. No regresó a Rusia hasta 1991. Fue de los primeros en alertar que el gobierno de Vladimir Putin enrumbaba hacia una nueva forma de totalitarismo. Al frente de una agrupación de la oposición democrática intentó presentarse como candidato a la presidencia de la Federación Rusa en las elecciones de 2008, pero su candidatura no fue aceptada por la Comisión Central Electoral por no haber residido ininterrumpidamente en el país durante los últimos diez años.

Bukovski fue el primero en denunciar ante el mundo que las autoridades soviéticas utilizaban los hospitales siquiátricos como instrumento contra los que disentían.

Esa perversa práctica no se limitó solo a la Unión Soviética. Los siquiatras-carceleros existieron también en otros regímenes comunistas, incluido el castrista.

Lo puedo atestiguar. En abril de 1975, con la osadía que da tener 19 años, me declaré objetor de conciencia, me negué a ir al ejército, y fui a parar, arrastrado y a empujones, a la sala de penados Carbó Serviá del Hospital Siquiátrico Mazorra.

A aquella sala que fungía como prisión, además de criminales perturbados, violadores y drogadictos, enviaban a muchachos que como yo se negaban a pasar el servicio militar y a todo tipo de inadaptados. Y a disidentes, porque los mandamases aseguraban que quienes no encajaban en la sociedad comunista no podían estar en sus cabales.

El cineasta Nicolás Guillén Landrián y el poeta Rogelio Fabio Hurtado estuvieron recluidos en la Carbó Serviá. Y también aquel hombre que enarboló en la Ciudad Deportiva una pancarta con la inscripción “Abajo Fidel”.

Recuerdo los gritos de los que recibían electroshocks. O “sesiones de electroterapia”, como los llamaban eufemísticamente. El terror de los reclusos era que nos achicharraran el cerebro a corrientazos.

El requisito para salir de aquel infierno no era la mejoría. La mayoría de los que lograban salir, si no era convertidos en una especie de zombies, casi siempre era por la intervención de alguien influyente, que “resolvía” el alta o el traslado de ese antro a otro hospital.

Yo, que aun no era disidente pero ya iba en esa dirección, logré librarme de los electro-shocks con los que prometía “arreglarme” un socarrón y bigotudo siquiatra-carcelero, porque un alto oficial del ejército que era marido de mi hermana, logró convencer al director del hospital, el doctor Bernabé Ordaz, para que me diera de alta. Pero muchos no tuvieron mi suerte.

Discúlpenme esta historia personal, a la que ya he aludido otras veces en mis libros, pero la muerte de Vladimir Bukovski me hizo evocarla.

Fue gracias a Bukovski, que estuvo internado en estos hospitales-prisiones, y que con el doctor Semion Gluzman, un compañero de cautiverio, escribió en 1972 el Manual de Siquiatría para Disidentes, que el mundo conoció de estos horrores que ocurrían en los países comunistas.

Vaya para Vladimir Konstantinovich nuestro agradecimiento por denunciar estas atrocidades. Que tenga el descanso de los justos.

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