LA HABANA, Cuba. – “Llevo cuatro días que no llego al trabajo, por más que madrugue no hay forma de que pueda coger una guagua”, cuenta Nancy Reyes Cuesta, una trabajadora bancaria que vive a pocos metros del Capitolio habanero, en Centro Habana.
Ella sabe que si continúan las ausencias perderá el empleo, así que, sobre las 5:30 de la mañana, sale a la calle a “pescar” una de las rutas que la acercan a su centro laboral, en Playa. Por rutina se planta al borde de la acera, junto a un inspector que hace ademanes con una tablilla para que los autos estatales se detengan a recoger a algún pasajero.
Sin embargo, nadie para. Los ómnibus tampoco lo hacen en la parada, siempre se quedan un tramo antes o después, para evitar el enjambre de personas que intentan colgarse de las puertas y ventanillas. En ómnibus necesita media hora para cubrir el trayecto de poco más de 10 kilómetros; en taxi privado la mitad, pero los precios de estos subieron de manera prohibitiva.

“Guaguas no hay y con los almendrones no se puede. A esa hora te quieren cobrar 150 pesos por un tramo. Mejor dejo el trabajo y ya, si para llegar tengo que dejar el salario en el camino”, comentó Reyes.
Los habaneros viven un repunte de la crisis del transporte, agravada por la rotura de los ómnibus y el insuficiente suministro de combustible. Mientras, el gremio privado continúa encareciendo el servicio ante la vista de las autoridades.
Particulares pescan en río revuelto
La escasez de combustible ha sido el motor propulsor del aumento de los pasajes en los taxis particulares. En agosto, el litro de petróleo llegó a valer 180 pesos en el mercado informal. Para septiembre, las ventas se habían normalizado y bajó a 40 pesos, sin embargo, se mantuvieron inamovibles los precios inflados.

“Subieron a 50 primero, y en unos días a 100 pesos. Se entiende que no había petróleo, pero luego ya aparecía en todos los Cupet y te seguían cobrando lo mismo. El pueblo es huérfano, no tiene quien lo defienda, ese es el problema”, se queja Damián Hinojosa Pardo, en Centro Habana.
Recientemente, una nueva crisis de desabasto generó otro aumento en el precio de los pasajes, esta vez a 150 pesos en horario “regular” y a 200 pesos por tramos y 250 toda la ruta de noche.
De todos los incrementos este último es el que más malestar ha levantado en la población, pues el combustible en falta era gasolina y la mayoría de autos utilizados para el transporte privado son almendrones y jeeps remotorizados con mecánicas que consumen petróleo.

Aún se mantienen vigentes las tarifas oficiales, las cuales no exceden los 15 y 30 pesos por tramos y rutas, respectivamente. Los pasajeros también pueden denunciar a los conductores por cobrar de más, aunque la mayoría solo se queja entre dientes porque piensan que las denuncias no tienen sentido.
“Ya es mucho, aprovechan la cobertura para abusar de las personas que tienen que salir a diario. Y el gobierno de vacaciones: no resuelve el problema de las guaguas, pero deja que los particulares acaben con los infelices. Es una odisea, en estos últimos días la cosa está peor”, refirió Alina Segura Lemus, una auxiliar de limpieza del Hospital Calixto García.
Transporte público, un servicio casi extinto
Daniel Sánchez Herrera, trabajador de la Empresa de Ómnibus Urbanos, puntualiza que la escasez de combustible es el chivo expiatorio de moda cuando se pone en contexto la crisis del transporte público, sobre todo para desviar la atención de causas más antiguas y solucionables.
El tema, añade, es solo un botón de muestra dentro de un amplio catálogo de dificultades que se conjugan para que sea más complejo, cada vez, acudir a trabajar, estudiar o realizar cualquier gestión sin tener que emplear una gran cantidad de tiempo o dinero en traslados.

Según Sánchez, ―en el caso del transporte estatal― la situación apunta más a malos manejos administrativos, pues, a pesar de los recortes a las asignaciones de combustible, lo que reciben las terminales alcanza para echar a andar los pocos ómnibus que permanecen en activo.
“Lo del combustible es un cuento para tapar la jugada. El problema de verdad es la cantidad de carros rotos. Los jefes son los primeros que los canibalean [roban] para vender las piezas; luego los mecánicos le sacan hasta el último tornillo y hay que darles de baja [a los carros canibaleados]. Por eso hay tan pocos prestando servicio”, destacó Sánchez.
A finales de mayo pasado, Reinaldo García Zapata, gobernador de La Habana, declaró que en la ciudad apenas funcionaba el 30% del transporte público. Desde enero hasta esa fecha, abundó, el parque de equipos de la Empresa Provincial de Transporte había disminuido de 881 a 418.

Desde entonces la situación continuó empeorando, según argumentan varios trabajadores del sector a los que CubaNet entrevistó bajo condición de anonimato.
En la terminal El Calvario, de Arroyo Naranjo, una de las fuentes consultadas explicó que en este año las rutas P6 y P8 estuvieron operando con solo 10 vehículos articulados, y que el pasado día 20 de octubre cuatro de ellos fueron dados de baja.
“Estamos tirando con menos de cinco carros al día. Cuando se rompen dos, con las piezas de uno tratamos de sacar rápido al otro y así es que, más o menos, resolvemos. Los que van muriendo nunca vuelven. El patio de la terminal parece un cementerio”, dijo uno de los trabajadores consultados.
En consecuencia, apunta uno de los choferes que, entre ambas rutas, el paradero no puede garantizar 25 recorridos diarios.

“Se monta personal por encima de la capacidad, pero es muy poco, no ayuda. Además, eso contribuye a que los pocos carros que quedan se rompan más seguido”, señaló el conductor antes de recordar que el resto de terminales sufren la misma crisis.
El pasado viernes 28 de octubre, uno de los choferes de la ruta P3 aseguró a CubaNet que la terminal tenía días de trabajar con dos carros. “Hoy mismo somos tres. El lío no es el petróleo, son las guaguas, que no hay. La gente quiere matarte cuando llegas a la parada, como si la culpa fuera tuya”, se defendió.
https://youtu.be/11qjnzt0ado
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