HARVARD.- Después de leer una reciente nota de la agencia EFE me convenzo de que en los señoríos del socialismo cubano en su pausado tránsito a lo que parece ser un modelo de corte fascista, no habrá sorpresas, en el sentido de rupturas institucionales de consideración como antesala de reformas en lo que a política se refiere.
Los cambios están pautados para que se ejecuten a cuenta gotas dentro de un proceso evolutivo que privilegie los intereses del poder, representado por tecnócratas y generales llamados a garantizar la continuidad de la parafernalia de decretos y regulaciones, a expensas de la moderación o las radicalizaciones, según demanden las circunstancias.
Lo expuesto por la agencia de prensa española sirve, entre otras cosas, para tomarle el pulso a una realidad que se insiste en desconocer y que define de una forma bien clara la existencia de un clima favorable en la Isla para que inversores extranjeros decidan firmar millonarios contratos con los representantes de la dictadura.
Y es que las pretensiones del Grupo Iberostar Hotels & Resort consistentes en ampliar a 20 sus hoteles en Cuba (ahora cuenta con 17) para finales de año y tener 12 000 habitaciones disponibles para el 2020, tal y como refleja la información publicada, nos ayudan a apreciar los difusos límites de una confabulación, cuyas premisas son las ganancias netas basadas en la explotación y la marginalidad de millones de cubanos.
Si hay algo que debe quedar claro, es que ningún hombre de negocios, sería tan tonto como para atreverse a invertir en un país donde puede quedarse sin un centavo en un abrir y cerrar de ojos.
El entusiasmo de decenas empresarios alrededor del mundo en participar del incipiente mercado de la mayor de las Antillas, apunta a la vigencia de un pragmatismo, inmune a los reemplazos. En pocas palabras, la obtención de ganancias netas, termina pulverizando los muros de la ética y la moral.
Ni a ellos y mucho menos a los negociantes del complejo militar-comercial del patio les importa que el peso de sus cajas fuertes se eleve gracias a un sinnúmero de privaciones que incluyen salarios de servidumbre, precios estratosféricos en las tiendas recaudadoras de divisas y escasez crónica de todo lo necesario para tener una vida decente.
Pese a que bajo esos torbellinos de angustias y desesperanzas sobrevive cerca del 80% de la población, incluida la que labora en empresas como Iberostar y otras no menos comprometidas con la expoliación en el mejor sentido del término, son esporádicos y mínimos los cuestionamientos y ni hablar de rebeliones, que ha falta de vías legales se imponen como la única alternativa redentora.
Lo ocurrido en La Cuevita, una barriada del municipio capitalino San Miguel del Padrón, fue otra de esas sublevaciones populares que duran menos que un cake en la puerta de un colegio.
El rifirrafe que comenzó a raíz de un abuso policial contra un cliente de ese mercado al aire libre, donde se vende casi de todo y sin licencia, resultó ser una respuesta colectiva a una acción circunstancial; nada que ver con la denuncia explícita y unánime de un ambiente opresivo que afecta a todos los que viven dentro las fronteras nacionales y cuyas causas son netamente políticas.
El miedo es el camino más corto a las ambivalencias o al letargo.
Se trata de una tesis que se cumple al pie de letra y que además ofrece los elementos para fundamentar la duda en torno a una rebelión de las masas, cuyo mayor triunfo estribe en el derrocamiento del gobierno, como sueñan algunos dentro y fuera de la Isla.
La opción de guardar las apariencias antes que inmolarse por una causa que no asegura el éxito, ha calado profundo en la sociedad.
Por tal motivo, el cubano de a pie prefiere esperar, largarse al extranjero si encuentra los medios para lograrlo, resignarse a una magra existencia, y cada vez que se presente la ocasión, apelar a la catarsis como ocurrió en La Cuevita.
En fin, todo a favor de que continúe la apertura, sin mayores sobresaltos, hacia la conformación de un modelo, sino igual, sí muy parecido al que hemos padecido por casi seis décadas.
(Jorge Olivera, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)
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