LA HABANA, Cuba. – Mi televisor está en el comedor; y ojalá no vea el lector, únicamente, una muestra de frivolidad en el “detallito”. Si lo menciono es porque gracias a esa ubicación del “aparato” puedo hacer coincidir al Noticiero de Televisión con “mi cena”, esa que cada día nos regala la apariencia de que podría ser la última, de que la muerte por inanición podría llegar de un momento a otro, aunque en mi televisor se hablen de las muchas bondades de la agricultura cubana y de la ganadería y de la…
Mi comida coincide casi siempre con la hora de ese noticiero nacional del que no me interesa ninguna “información” que vaya más allá del parte meteorológico, mientras que el fregado podría coincidir con cualquier otro programa, que también puedo obviar desde el mismo sitio. Y fue así que, medio fregando y medio mirando la televisión, descubrí la transmisión de “Todo con Tony”, un programa en el que el tal Tony, de apellido Arroyo, hacía preguntas a su invitada.
Y hasta ahí nada de singularidad tendrían ese programa ni estas líneas, si no hubiera sido mi psiquiatra la entrevistada. En la pantalla del televisor estaba esa médica que ha intentado combatir las depresiones que me acosan, esa psiquiatra que pusiera su empeño en la recuperación de mi “memoria cercana” o reciente, esa memoria que se ha ido esfumando y que hace la vida más difícil, y hasta angustiosa, desesperada.
Mucho me acosa esa pérdida de la memoria, pero peor resulta que se haga tremendamente difícil encontrar los medicamentos que recomendara mi psiquiatra, esa misma a la que descubrí hace unos días en la pantalla de mi televisor. La doctora Rosario hablaba en televisión de enfermedades psiquiátricas y tratamientos, mientras yo pensaba en lo difícil que resulta conseguir la Sertralina y el Alprazolam.
Ella hablaba, y yo pensando en mis medicamentos, en la escasez de mis medicamentos. Ella hablaba de enfermedades psiquiátricas y yo recordando a los amigos que se ocupan para que no me falten los medicamentos. Ella hablaba en la televisión, y yo hasta me sentí orgulloso de mi psiquiatra. Y fue tanto el entusiasmo que me produjo descubrirla en la televisión, que hasta llegué a suponer que cuando hablaba de sus pacientes, se refería a mí y a mis padecimientos. Y así pensando marqué su número de teléfono y escuché el timbre una y otra vez, sin que alguien respondiera.
Luego supe que la doctora no respondería más a mis llamadas, al menos las que destinara a ese número en La Habana. Mi psiquiatra no estaba en La Habana, y tampoco en Cuba. La televisión cubana es tan lenta que podemos ver una entrevista que le hicieran a alguien que hace seis meses salió del país o se murió. Rosario, mi psiquiatra, ya no estaba en Cuba cuando apareció en la televisión cubana. Ella vendió su casa unos meses atrás y se marchó. Rosario se fue, como Laura. Rosario no está, al menos en su casa de siempre, y tampoco en el hospital, ni en su consulta de psiquiatría. Rosario vive ahora en Nueva York.
La psiquiatra que se empeñara en recuperar mi salud mental y esa “memoria cercana” que he estado perdiendo, está hoy entre los miles de cubanos que abandonaron el país en los últimos meses. Y lo más probable es que no pueda ejercer su profesión en Nueva York. Y también es probable que Rosario sienta nostalgias infinitas cuando recuerde a La Habana, a su bata blanca, a sus pacientes. Rosario se fue y yo me quedé sin psiquiatra.
Es muy probable que no ejerza más sus saberes de psiquiatría, pero también es cierto que si extraña y se angustia podría reconfortarse mirando a Nueva York desde una altísima ventana, desde donde podría cantarle a la ciudad como hiciera Frank Sinatra.
Start spreading the news
I’m leaving today
I want to be a part of it
New York, New York.
Así podría cantar Rosario y pensar en La Habana desde allá lejos… Ella podría mirar a Nueva York y pensar en La Habana, en las tantísimas miserias de esta ciudad, del país todo. Quizá, psiquiatra al fin, Rosario piense en los enfermos que quedaron atrás, en esos pacientes de la sala de psiquiatría del “Clínico de 26”. Ella puede pensar en un montón de “desequilibrados mentales”, y quizá en mí también, preguntándose cómo andarán mí memoria, y mi cabeza.
Rosario se fue, como muchos otros: psiquiatras, cirujanos, ingenieros, maestros, prostitutas y pingueros, actores y cantantes, ladrones, policías, expresidiarios, católicos, protestantes, homosexuales y homofóbicos. Se fueron negros y blancos, y también rojos, y verdes como las palmas. Se fueron buenos, se fueron malos, y muchos más. Se fueron tantos que supongo la euforia de los comunistas que se deshacen de quienes suponen que sobran, que les enrarecen el aire.
Rosario se fue, como Laura, y se irán otros; muchos más están por irse a cualquier parte, al mundo del “nunca más en Cuba”. Serán muchos los que no estén en el próximo 11J ni en cualquiera de los 27N que están por llegar. Muchos de los marchantes del Primero de Mayo se fueron, y se irán también los celebradores del Asalto al Moncada, del desembarco del yate Granma y de los CDR. Se irán los electores de diputados, incluso algunos diputados. ¿Se irán el son, el tabaco y el ron? ¿Se irán generales y doctores?
¿Les dejaremos el país? ¿Me quedaré solo? ¿Se quedarán médicos en “Türkiye”? ¿Se quedarán actores que no podrán hacer la segunda temporada de alguna otra telenovela? ¿Se quedará un diputado, un hijo de papá? ¿Habrá muchos Elián González de vuelta? ¿Quiénes quedarán? ¿Cuántos quedaremos? ¿Quién más se irá? ¿Me quedaré solo? Me pregunto cómo se verá entonces Cuba desde arriba. ¿Se verán luces en la Isla? ¿Existirá un último para cerrar las puertas y apagar las luces?
¿Será que ya no habrá psiquiatras? ¿Será que no harán falta los psiquiatras? ¿Qué será de Cuba entonces? ¿Seremos la Nada, seremos el no ser? ¿Seremos la alteridad? ¿Saldrá de cada comunista un “gusano”? ¿Seremos otredad? ¿Será que ya no podremos renunciar a esa “querida costumbre” de cerrar las puertas y apagar las luces, y marcharnos, marcharnos, marcharnos, como quizá volvería a decir hoy Virgilio Piñera, refiriéndose al infierno que vivimos, a las tantas escapadas que hacen más perdurable al infierno castrista?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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