LA HABANA, Cuba.- Nicolás Maduro, el dictador venezolano, no halla qué decir ni qué hacer. En estos momentos gobierna como si condujera un ómnibus, dando zigzags para evitar baches y no escuchar lo que le gritan desde las aceras.
Pero no nos engañemos. No se trata de un lobo que aúlla, sino de un hombre en sus cabales, desesperado, que lucha simplemente por conservar su status de dictador, un legado de Hugo Chávez que al parecer, no fue hecho a su medida, sino por una necesidad perentoria, cuando el alumno de Fidel se vio con la guadaña encima.
Y es que la izquierda latinoamericana ha sido tragada por la democracia y los Derechos Humanos y bien digerida gracias a una gran mayoría de países. El Socialismo del siglo XXI ha resultado ser un canto de sirenas, que si algo bueno hizo, fue despertar a las masas de un letargo político.
Pero Maduro no quiere ponerse el pijama para no salir a la ventana. No quiere escuchar a muchos. Así lo dice. Prefiere mirase al espejo del baño y sentirse un dictador aunque allá, a lo lejos y a lo cerca, no lo quieran ni escuchar.
¿Humildad? ¿Desde cuándo los dictadores, que se aferran al poder como el macao al caracol, conocen esa palabra?
Un hombre realmente investido de humildad hace mutis por el foro izquierdo cuando no se sabe querido. Vaya, que demuestra dignidad.
Pero no, Maduro exige su paz, o lo que él entiende por paz, que no es otra cosa que sometimiento al mandato que obtuvo a dedo. Exige, está claro, una unidad en torno a él, para que él siga gobernando —mal— en Venezuela.
Repite que “muchos no nos quieren escuchar, pero seguiremos hablándoles como sea”.
¿Como sea, Maduro?
Imposición. Entonces no estamos ante un mensaje de paz y unión para el pueblo, puesto que él seguirá hablando “como sea”, truene o relampaguee. Así son los dictadores. Así era Fidel y por estos días su hermanito menor el General, contemplando extasiado los vehículos blindados de sus empresas militares, fabricados para las Fuerzas Armadas Revolucionarias, mientras las tiendas carecen de comida.
La prensa castrista se hace eco de la gran necesidad que tiene Maduro: “Nosotros les decimos, con humildad y respeto, que los necesitamos a todos, jóvenes, mujeres, adultos mayores, niños, adultos”. Poco le falta a Maduro para llorar y soplarse las narices. Sobre todo porque continúa el desacuerdo entre su dictadura y la oposición, con su ilusorio torneo comicial antidemocrático, visto así por todos los que no quieren escucharlo.
Maduro quiere de todas formas que hasta la oposición lo elija como Presidente antes del 30 de abril. Su amigo Evo Morales le da ánimos y el canciller Arreaza dice que “Venezuela se mantendrá al lado de Cuba en cualquier circunstancia”. O sea, pase lo que pase, siempre serán amigos.
¿Será que Maduro se ha quedado solito en su bus, sin pasajeros que lo escuchen?
Dicen que apenas duerme, porque las pesadillas de las guarimbas de las calles lo despiertan. Entonces acude a Cilia y esta le dice: “Mejor nos vamos a vivir tranquilos.”
Pero no, Maduro lo aprendió en la Escuela Ñico López de La Habana, cuando lo convirtieron en pichón de comunismo: El revés es victoria. Mejor seguir llorando por el Diálogo, defender el legado de Chávez a capa y espada como todo un hombre, aunque cada día que pasa Venezuela sea más pobre, más o tanto como Cuba.
Por acá hay voces comprometidas hasta la médula que lo saben: desde Marina, con su verbosidad incomprensible, Lázaro Fariñas, el que se montó en el primer avión hacia Miami y desde allí da vivas al socialismo del siglo XXI, Rafael Correa, quien confiesa que la izquierda siempre ha luchado contra corriente, hasta Lula, con un pie entre rejas y otro sabe Dios dónde.
Pobre Maduro, con semejantes amigos poco le queda para irse.