LA HABANA, Cuba.- Los rostros de la lealtad al deporte “revolucionario” cubano integran un Salón de la infamia erigido sobre las penalidades y humillaciones de muchos de sus más prominentes protagonistas en múltiples eventos dentro y fuera del país. Campeones olímpicos, mundiales, panamericanos, centroamericanos y nacionales, cayeron en la marginalidad.
De nada les sirvió la gloria deportiva, el patriotismo, la imagen rutilante que dejaron del país, o el dinero aportado al Estado a través de un Instituto Nacional de Deporte, Educación Física y Recreación (INDER), que los echó a un lado cuando dejaron de rendir, se lesionaron, exigieron mejoras para competir, o fueron apáticos a la mezcla de ideología y deporte en el país, que convirtió un jonrón, una lechada o un hit, en una consigna: ¡Gracias a Fidel!
El rostro macilento del pitcher Manuel Alarcón, explotado del box y de la vida por las lesiones, el abandono institucional y el alcohol, es una de las muestras del juego sucio de la revolución cubana con sus deportistas “leales”, pues al terminar su corta pero exitosa carrera deportiva, tuvo que vender platanitos y palitos de tendedera para sobrevivir, en una pesadilla donde los ecos de su gloria fueron apagados de los altavoces de la revolución.
Modesto Verdura, otro de los imprescindibles en la historia del pasatiempo nacional, pasó del terreno de béisbol a cargar sacos al hombro en unos almacenes de su localidad, y Manuel “El brujo” Rivero, condujo un carrito de recoger basura en Servicios Comunales, hasta que le fueron amputadas las piernas por una diabetes mal cuidada que terminó matándolo.
Elpidio “pillín” Mancebo, un recio toletero y estelar primera base de los equipos orientales (Santiago) y en ocasiones del equipo nacional, luego de su retiro hizo malabares para vivir y cuando se autorizó el trabajo por cuenta propia arrendó su vivienda y acabó condenado a 12 años de prisión, por un presunto delito de corrupción de menores en su terruño natal.
El retiro forzoso y en plenas facultades deportivas de varias estrellas del béisbol cubano como Antonio Pacheco, Orestes Kindelán, Omar Linares, Víctor Mesa y otros más que ni siquiera han tenido un retiro oficial, se acalló con migajas de jugar en equipos foráneos, o dándoles algún carguito para dirigir o entrenar en distintos niveles de la pelota nacional.
Alrededor de 78 participantes en el Majá –venta de juegos- que pudrió la pelota cubana a todos los niveles del país entre los años 75 y 82, según relata en el libro homónimo, José Elías “El chino” González, su autor y uno de los implicados en este acto de corrupción, terminaron encarcelados en el Edificio 2, galera 35, del Combinado del Este de la capital.
Con estos y otras decenas de peloteros leales a la revolución, que fueron abandonados a su suerte o preteridos de las estadísticas del béisbol nacional, se puede conformar una galería del fracaso donde la fuga hacia otro país en busca del máximo nivel competitivo para la realización profesional y personal del jugador, más que un acto de deslealtad con la patria y a los que dejaron atrás, sea el ejercicio de un derecho a vivir y un acto de defensa personal.
Los que se fueron
De ahí que me indignaran las declaraciones hechas por Ariel Pestano al Play Off Magazine, donde el exreceptor de los equipos Villa Clara y Cuba expresó su desacuerdo en que los peloteros cubanos que juegan en las Grandes Ligas estadounidenses, lo hicieran de nuevo en el equipo nacional, por considerar humillante su inclusión para los que se quedaron a jugar aquí.
Según el exenmascarado “no es por el hecho de que sean cubanos o no, si no porque llamarlos a una selección nos quitaría el valor (a los peloteros que se quedaron) que nosotros nos merecemos, Una cosa así nos ofendería, ellos se reirían de nosotros. ¿En qué sentido? En el monetario, en la profesionalidad, aseguró un Pestano con mucho que aclarar.
Entre las ridículas consideraciones de Pestano sobre las humillaciones que sufrirían los sacrificados y fieles peloteros que se quedaron aquí, ¿por qué no incluye las provocadas por un gobierno que los hizo jugar por un salario miserable, apenas sin implementos ni uniformes, durmiendo en literas en los estadios, mal alimentados, para medio siglo después de prohibirles soñar con la pelota “esclava”, como calificó a la Major League Baseball (MLB), dar lo que sea, por verlos jugar allá, con tal de adueñarse de la mayor parte del dinero que les corresponde?
¿Quiere mayor humillación Ariel Pestano que la de no poder mencionar durante años el nombre de sus compañeros de equipo que juegan fuera del país, al ser considerados vende patrias y traidores por una revolución que sin el menor escrúpulo, invita a varios de estos recientes millonarios “traidolares”, a regresar para impartir clínicas de béisbol a las nuevas generaciones de peloteros cubanos, como lo hicieran José “Pito “Abreu y Yasiel Puig?
¿De qué valores habla Pestano cuando hoy los peloteros cubanos son vendidos más baratos que pirulís y preservativos de a peso sin importar si es a un equipo de Inuit en una liga esquimal, si pueden quitarles aunque sea un pedazo del hielo adquirido con su sudor? ¿O acaso su rechazo es porque quienes los contraten –INDER mediante- sean americanos o no?
¿Prefiere el pundonoroso enmascarado que los equipos cubanos continúen siendo la mona y el hazmerreír en cuanto torneo fuera de Cuba compitan sin los aportes de otros coterráneos que hoy militan en ligas foráneas como Aroldis Chapman, Yoenis Céspedes, Kendry Morales, Leonys Martín, Gourriel, o los antes mencionados Pito Abreu y Yasiel Puig?
La intolerancia puede disfrazar a la envidia y a la frustración, pero no a la realidad. ¿Considera Pestano que David Ortiz o Miguel Cabreara son traidores por jugar en la MLB? ¿No son ellos quienes con su esfuerzo y dinero forman ligas infantiles y apoyan el deporte de las bolas y los strikes en sus países de origen, en gestos muy lejos de la deslealtad?
Alfredo Despaigne, quien juega en la liga profesional japonesa, ¿lo hace por solidaridad con las víctimas del terremoto, del tsunami o de la fuga nuclear en Fukushima, o por dinero para él, su familia y el Estado Usurero? ¿No hacen lo mismo el resto de peloteros cubanos que juegan en otros países? Entonces, ¿qué diferencia hay con quienes lo hacen en la MLB, sino que aquellos no tienen que darle nada al Estado cubano y sus testaferros del INDER?
¿No sería mejor que parte de los millones de dólares ganados por Yoenis Céspedes y otros peloteros cubanos, se invirtieran aquí para desenterrar un deporte que de pasión y orgullo para los cubanos pasó a ser una vergüenza nacional por sus resultados en los últimos años, con un retroceso en todos los niveles que se ve desplazado del gusto popular por el fútbol?
Esperemos que Ariel Pestano haya sido nombrado hace unos días director del equipo de béisbol menores de 23 en Villa Clara, gracias a sus indiscutibles méritos en el béisbol, y no por sus declaraciones al Play Off Magazine en contra de que sus excompañeros en el béisbol cubano que hoy juegan en las grandes ligas americanas, puedan integrar el equipo Cuba.