LA HABANA, Cuba. — “¿Hacen daño los memes a la Revolución?”, es la pregunta que habría dejado como tarea de clases una maestra de primaria en Cuba. La foto, como prueba irrefutable de tanto ridículo, la he visto en la página de Facebook del medio independiente CubaAlerts.
No es un montaje fotográfico, es muy real y, sobre todo, aunque lo parece, no es un meme, aunque sí uno de los tantísimos “auto-memes” que a cada segundo genera ese disparate social, político y económico que todavía algunos tienen la “memera” osadía de llamar “revolución”, cuando lo más que ha pasado en los últimos sesenta años ha sido una involución catastrófica en todos los aspectos, incluidos esos sistemas de salud pública y educación que ayer el régimen usó como bandera y que hoy yacen en menudos pedazos.
No sé la edad de los niños a quienes les fue “orientada” la tarea sobre los memes, pero basta la experiencia de cada uno de nosotros en las escuelas de acá para saber que pudo ser “materia” de preescolar, incluso de las llamadas “vías no formales” en los círculos infantiles, porque el procedimiento de ideologización forzosa comienza en Cuba desde edades tan tempranas que el proceso debiera ser considerado como un crimen y condenado como tal.
Se puede decir que los niños y jóvenes cubanos asisten a centros de adoctrinamiento donde, solo de paso, se les enseña a leer y escribir, aunque, volviendo a la imagen, la mala caligrafía que se observa en el pizarrón dice mucho sobre la idoneidad de esos maestros a los que solo de milagro les saldrían discípulos ya capaces de redactar algo legible o, lo más importante, con la facultad de pensar con cabeza propia, o al menos con algo de imaginación.
Es que esa tarea en sí —que da por sentada la nocividad de los memes, además de una “invitación” a abandonar la imaginación y el humor como elementos indispensables en todo proceso creativo, tanto en artes como en ciencias— es la mediocridad (y la maldad) con la cual se nos revelan las esencias de un sistema que persigue reproducir generaciones de mediocres, no como base de sustentación —nada logra perdurar desde la mediocridad—, sino como ilusión circunstancial de estabilidad política.
Y es esa tarea, además, la evidencia de un régimen tan vulnerable que ya no sabe cómo lidiar incluso con las bromas, con el choteo típico de los cubanos, con la idiosincrasia, y si exige “seriedad” generando leyes que castigan a quien se ríe públicamente, en la calle o en redes sociales, ahora busca convertir a los hijos en policías de sus padres y del ámbito familiar inculcándoles la estupidez de que “reírse del gobierno es malo”, es “dañino”, con lo cual se inmiscuye groseramente en la intimidad familiar.
De ese tipo de manipulaciones ya estamos enterados desde hace tiempo, de cómo nos usaron siendo niños en los años ochenta para lanzar huevos contra quienes decidieron emigrar, a raíz de los sucesos de la Embajada de Perú, y de cómo hoy continúan usando niños como escudos humanos en manifestaciones contra grupos opositores. Y así un sinfín de aberraciones que pudieran tener su peor capítulo en lo que pasó y continuó pasando con Elián González, incluso después de regresar con su padre.
Bajo el chantaje de la educación obligatoria (que para nada es gratuita, si no pregúntenles a los padres cuánto realmente cuesta enviar a un hijo a la escuela) y de premiar el oportunismo y la mediocridad, han usado y continúan usando niños y jóvenes como espías de sus propias familias, creando graves conflictos al interior de los hogares y arrebatando a los padres el derecho a determinar el tipo de educación e ideología que desean para los hijos.
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