LA HABANA, Cuba. – Confieso que hoy me senté a escribir un texto en el que intentaría desagraviarme yo mismo, cosa en extremo difícil, pero una llamada telefónica me sacó de mis propósitos y deshice todo cuánto había escrito hasta entonces; otra vez esa tecla a la que llaman “Backspace” se encargó de eliminar algunas líneas, y pospuse otras en las que advertiría lo que, todavía, supongo un atropello, una satrapía mayúscula, pero me pareció muy egoísta ponerme en el centro de este texto cuando debía orientar la mirada hacia otros sitios.
Creí que sería mejor poner los ojos en esa famosa esquina de 23 y 12 y denunciar el arresto de la periodista independiente Camila Acosta, y también de Iliana Hernández, Omara Ruiz Urquiola, Abu Dujanah Tamayo y Ángel Santiesteban, entre otros, porque decidieron exigir la liberación inmediata de Luis Manuel Otero Alcántara en esa céntrica esquina de la barriada del Vedado. Era importante denunciar esos arrestos y sobre todo el de Luis Manuel, que ya recibió la mirada de muchos en el mundo y también en el patio, y más ahora que dicen que hasta Kcho, uno de los artistas que más genuflexiones ha dedicado al régimen comunista en toda su historia, fue piadoso con Luis Manuel. ¿Será verdad?
Creí que era irreverente escribir de mis pesares cuando en cualquier momento puede entrar a Cuba, si es que no lo hizo ya y aún lo mantienen en secreto, el coronavirus. Cómo andar prestando tanta atención a mis pesares sabiendo que el discurso oficial jamás es claro, y advierte que no llegó aun pero que sería bueno tener a mano un poco de cloro y alcohol para higienizar las manos, para desinfectar, sin que sepamos en qué sitio se puede conseguir ese alcohol, en una Cuba donde quienes padecen enfermedades crónicas no consiguen los medicamentos que aplacan un poquito sus enfermedades cotidianas.
El gobiernillo cubano advirtiendo que una de las soluciones para alejar la entrada del virus es la limitación de las salidas al exterior, mientras yo, en lugar de injuriarlos por tal recomendación que podría convertirse en dictamen, queriendo describir mis abatimientos, incluso después de comprobar cómo el violador de una niña en Santiago de Cuba era tratado con cuidado, casi con afecto, mientras otros, como Otero Alcántara, como Ferrer o como el colega Roberto de Jesús Quiñones, continúan encerrados en cárceles en las que son maltratados y humillados por sus desacuerdos con el gobierno comunista.
No hay coronavirus, dicen ellos, y también se ufanan de propiciar libertades a montón, aunque cada vez sean menos los que en el mundo atienden a esas “lindezas” impúdicas y escandalosas, como si algún cuerdo de este mundo pudiera creer tales dislates, esos delirios descarados. Yo con mis temores mientras los cubanos tiemblan pensando en sus ahorritos en CUC, en la posible desaparición de esa moneda o en su devaluación. Ellos queriendo dólares del “enemigo” y yo…, yo sin poder dejar a un lado esa piedra que lanzaron a mi casa y terminó quebrando un cristal, que se estrelló en suelo de la sala, que se hizo añicos y que hasta pudo herirme mientras leía sentado en el sofá.
Ese instante en el que salté asustado y miré el vidrio haciéndose añicos y dejándome más desamparado, pudo coincidir con la detención de alguno de los muchos periodistas independientes que se arriesgan en cualquier punto de esta geografía o con el instante en que Lis Cuesta se prueba uno de sus feísimos atuendos o los “hijitos de papá” hacen exóticos viajes por el mundo… y el resto de los cubanos se aglomera porque llegó el pollo a la carnicería o llena un cubo de agua de la pipa en medio de una aglomeración enorme que lo puede contagiar con el coronavirus del que nunca sabremos el preciso instante de su llegada.
Esas mentiras son estratégicas, mientras que esa violencia que rompe cristales, que quiebra huesos y que puede también matar, no es más que el resultado de un aprendizaje. Esa violencia es heredada, es lo que el gobierno enseñó en años de represión; esas nuevas “brigadas de respuesta rápida” son oportunas, eficaces a las estrategias comunistas para vencer por miedo. Y esas maniobras del “pueblo fiel e indignado” pueden recibir grandes recompensas, salvar a cualquiera de la cárcel, aunque sea un asesino o un violador.
Yo pienso en mi cristal roto, pero quien arrestó a esos que, en 23 y 12, exigieron la liberación de un artista, será recompensado por esa jerarquía que sugiere y ordena vejaciones, humillaciones, cristales rotos que pueden acabar con las víctimas mucho antes que el coronavirus. Yo no conseguí saber la identidad del agresor, aunque supongo quién pudo ser el sátrapa que lanzó la piedra que rompió el cristal que permitía el paso de la luz natural y que me protegía del viento y hasta de la lluvia, de la música que me acosa con muchos decibeles a toda hora. El cristal cayó rotundo al suelo, quizá en el mismo instante en que llevaban preso a un opositor al gobierno. Mi sobresalto pudo coincidir, al menos en el tiempo, con la detención de alguna Dama de Blanco, con el acoso a un pacífico opositor al gobierno, con un golpe a Ferrer, con una amenaza a Quiñones, con el pacífico convencimiento al violador santiaguero para que diera los detalles de la violación, con un montón de bajezas…
Ahora me falta un cristal en esa puerta de la izquierda que da al balcón, ahora un pedazo de cartón, uno de esos cuatro lados que armaban la caja en la que guardaba mi arbolito de navidad, ocupa el espacio en el que antes estuvo el cristal que estrelló alguien con una pedrada, para mortificarme, para que el miedo me venciera. Ahora una lluvia ligera puede hacer que el cartón se deshaga, que caiga también al suelo y me invada el agua, el aire que trae alguna calamidad, un virus que hasta podría ser coronado.
Así de vulnerable, tanto como el vidrio y el cartón, es la vida de alguien que no comulga con los presupuesto del gobierno, así de vulnerable es la vida de quien en Cuba hace denuncia. Ahora fue un cristal el que cayó al suelo y se estrelló, y quién podría dudar de que alguna vez sea una piedra, que quiebre cristales y cabezas, la escogida. Alguna vez pueden decidirse por el coronavirus, suponerlo mucho más efectivo y de efectos mucho más duraderos, pero ahora yo sigo pensando en el cristal roto, en lo vulnerable que es una casa, alguien que no comulgue con un poder dictatorial.
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