MIAMI, Estados Unidos.- Cierta vez a mi padre lo invitaron a la Casa de la Cultura Checoslovaca en La Habana a una degustación de embutidos que, eventualmente, se venderían o fabricarían en la Isla.
Regresó a la casa ensimismado por los aromas, sabores y nos contó, cual Marco Polo, sobre las atenciones recibidas, las texturas, las fragancias y las cervezas Pilsen que bañaron aquel banquete de insólitas delicadezas en medio de la indigencia gastronómica nacional.
Era como una suerte de ventana a las posibilidades productivas del socialismo, había que alcanzar la armonía de los checos para lograrlo, que pocos años después la emprendían heroicamente contra el comunismo antes de ser aplastados por los rusos.
El pueblo cubano estuvo décadas obnubilado con el hecho de que nos pareceríamos a determinadas economías, supuestamente exitosas, una vez que alcanzáramos el estadío superior del disparate quimérico igualitario.
Como se sabe, luego de 62 años, el castrismo tiene pendiente sus escalones de éxitos y casi todos los modelos a los cuales aspirara se derrumbaron junto con el muro de Berlín.
El último paradigma del “campo socialista” resultó ser la República Democrática Alemana de la cual no quedó ningún legado de beneficio, a no ser el que disfrutan los órganos represivos de la dictadura, entrenados con el manual de la siniestra Stasi.
Cuando el llamado “socialismo real” fue empujado al basurero de la historia, la pícara nomenclatura castrista comenzó a elucubrar sobre otros prototipos que pudieran ensayar para enaltecer las falsas esperanzas de la prometida dictadura del proletariado.
Las especulaciones fueron a parar a Asia, primero con Vietnam, que resultó ser muy mercantil y austero para el gusto del régimen cubano, y luego con la poderosa e intrigante China, a la cual difícilmente puede imitar el destartalado tinglado económico y social de la dictadura castrista, que gusta de vivir y dilapidar recursos ajenos.
El modelo chino, sin embargo, flota siempre como una esperanza lejana en los dislates de los líderes cubanos.
La película “Better Days” (Mejores días), nominada este año al premio Oscar en la categoría de filmes internacionales, nos permite asomarnos a la vida cotidiana de esa sociedad elogiada y añorada por los castristas, de donde, por cierto, emergió la pandemia devastadora que todavía abruma a la humanidad.
El director de “Better Days”, Derek Tsang, proviene de Hong Kong, aunque el panorama tétrico que narra atañe, exclusivamente, al territorio continental chino.
Una alumna de enseñanza media se lanza al vacío y muere en el patio central de su propia escuela, porque no soporta el bullying criminal al cual es sometida.
La amiga que se atreve a cubrir el cadáver, en lo que llegan las autoridades, se vuelve el nuevo objeto de violencia de la pandilla de niñas dadas al abuso consuetudinario.
La protagonista de la película no conoce a su padre y la madre apenas está en la casa porque vende productos en la bolsa negra, con todos los peligros que entraña la operación.
Casualmente cierta noche al regresar de la escuela es testigo de la violencia de pandillas juveniles dadas a la intimidación social.
Termina por asociarse a uno de los delincuentes a quien le pide que la cuide del bullying porque ella se prepara, intensamente, para los traumatizantes exámenes de ingreso universitarios.
Se trata de una sociedad agobiante, claustrofóbica, que ha resuelto estratégicamente la alimentación y otras necesidades básicas del ciudadano, mientras sigue siendo severa, represiva e intolerante, todo un sueño para el castrismo.
Hay clases sociales bien diferenciadas y una notable insolidaridad entre los diversos estratos económicos.
El igualitarismo no se ha producido, sigue siendo un espejismo. El control ideológico y policial, sin embargo, si funciona a la perfección, diseñado para mantener inalterable el statu quo partidista.
En “Better Days” la libertad y la felicidad parecen intervenidas por quienes se atribuyen su control. Se respira una perenne angustia y la disputada carrera universitaria, como realidad y metáfora, puede significar el pasaporte para ascender en la escala social o emigrar, cuando la ocasión se presente.
Es cierto que hay circunstancias culturales específicas que influyen en el contexto devastado por la intimidación y las disconformidades del régimen chino, retorcido entre lo peor de dos mundos, pero su éxito económico mundial sigue siendo la aspiración moderna de las dictaduras totalitarias.
Lo que estamos viendo de “Better Days” es la versión rigurosamente censurada por los poderosos comisarios culturales chinos. Fue eliminada de la historia, por ejemplo, la malla que han puesto algunas escuelas con el fin de evitar el suicidio numeroso de sus alumnos y el chantaje de unos bancos clandestinos que usaban como garantía de sus préstamos la foto del deudor desnudo para ser publicada en los medios sociales en caso de incumplir los pagos.
Lo que queda en el argumento, sin embargo, fue suficiente para hacerla figurar entre las películas que más dinero han recaudado en el mercado cinematográfico chino. El reflejo artístico de sus males siempre ha funcionado en las sociedades cerradas.
El castrismo hubiera querido reproducir esta suerte de mundo ideal, pero la miseria que ha causado en todos los destinos de la sociedad cubana le impide operar con cordura.
No solo crea la perenne desesperanza e improductividad de bienes, sino que aplasta, sin misericordia, a los que intenten reproducir y comentar tan nefasta realidad mediante cualquier narrativa artística o literaria.
Cine Cubano en Trance con Alejandro Ríos.
Dilucidar la isla y su cultura a partir del séptimo arte que la denota. La intensa quimera de creadores, tanto nacionales como foráneos, que no cesan de manifestar una solidaria curiosidad por tan compleja realidad, es parte consustancial de esta sección.
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