LA HABANA, Cuba. – Ante la evidencia de que la pandemia del coronavirus va perdiendo intensidad lentamente -así lo reflejan las cifras aportadas por el Ministerio de Salud Pública– a los gobernantes cubanos no les queda otra alternativa que ir pensando en un retorno gradual a la normalidad.
En ese sentido, durante un encuentro reciente con autoridades de las quince provincias del país, el gobernante Díaz-Canel expresó: “En la etapa de recuperación del nuevo coronavirus tenemos que estar conscientes de que el país pasará paulatinamente a una normalidad diferente a la que estábamos acostumbrados, y eso lógicamente requiere definir bien cómo lo haremos. La vida no va a ser igual, el comportamiento de las personas tampoco lo será; habrá que seguir manteniendo el distanciamiento físico y analizar con mucha inteligencia qué actividades se van abriendo y en qué momento”.
Al cubano de a pie, que por estos días afronta infinidad de penurias y limitaciones en su vida diaria, las palabras del mandatario le infunden pesimismo. Porque esa “normalidad” a la que se refiere el gobernante, más allá de la exhortación al mantenimiento de ciertas medidas de distanciamiento social, presagia que la población deberá apretarse aún más el cinturón.
En primer término, hay incertidumbre en la manera en que reaparecerán plenamente los actores no estatales de la economía, en particular los trabajadores por cuenta propia. Actualmente, la mayoría de esos negocios privados permanecen cerrados, aun aquellos con posibilidades y autorización para seguir prestando servicios.
Uno de los motivos de semejante recogimiento parece ser la ofensiva que se ha desatado contra cualquier cuentapropista al que se le descubra un nivel de inventario superior al aceptado por las autoridades. Diariamente el noticiero nacional de televisión brinda reportajes sobre decomisos de mercancías y otros bienes, que incluyen el arresto de los “violadores de la legalidad”. A ratos nos vienen a la mente nefastos sucesos de los años sesenta, como la Ofensiva Revolucionaria en nuestro propio país, o la Revolución Cultural maoísta en China.
Por otra parte, la escasez de ciertos productos complica la gestión futura de los negocios privados, especialmente los dedicados a la elaboración y venta de alimentos. Negocios que, sin dudas, agudizan el desabastecimiento que enfrentan a diario los consumidores.
Por ejemplo, se avecinan tiempos difíciles para las cafeterías y paladares que oferten surtidos que contengan derivados de la leche, carne de cerdo o arroz. Se habla de limitaciones con la leche en polvo que restringirán las producciones de helado, yogur y otros surtidos similares. La carne de cerdo experimentó un déficit de siete mil toneladas en el primer trimestre del año, mientras que el arroz no se recupera de las 22 mil hectáreas de ese cultivo que se dejaron de sembrar en la pasada etapa de frío.
Otra expectativa de la población se centra en el modo en que se reanudará el transporte público. Sobre todo, saber si se mantendrán los privilegios que ahora disfrutan el personal de la salud y los empleados de los medios de difusión oficialistas. Porque mientras la población está imposibilitada de moverse, las personas antes mencionadas cuentan con medios de transporte estatales que los recogen en sus casas y las conducen a sus lugares de labor. No han faltado opiniones de algunos de esos privilegiados en el sentido de que se mantenga esa situación, y no tener que depender de esas infernales guaguas en las que se hacina el ciudadano promedio.
Y, claro está, resulta imprescindible traer a colación el problema de las interminables colas que son el pan nuestro de cada día para la población. ¿De qué manera el señor Díaz-Canel va a manejar esa situación? Por lo pronto es casi seguro que sobrevenga la desilusión para aquellos incautos que todavía piensan que las colas son una mera consecuencia del coronavirus.
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