LA HABANA, Cuba.- Hay imágenes que jamás se olvidan, imágenes que aparentan cierta trascendencia. En mi novela El paseante cándido escribí todo un capítulo, y quizá algo más, queriendo hacer visible el deslumbramiento que produjo en su protagonista, un joven cándido llamado Cándido, cierto suceso al que ese personaje atribuyó una enorme trascendencia. El suceso en cuestión no era otro que su primer choque con una manzana, tropiezo que ocurrió cuando era ya un muchachón, cuando estaba en las vísperas de su “hombría”.
El muchacho cándido visita alguna vez el Mercado de Cuatro Caminos, cuando no era lo que es hoy, cuando no había ocurrido la inauguración de ese “flamante mercado” ni tampoco el desastre con el que se hizo acompañar su “estreno”. El episodio ocurre en medio de una cola para comprar manzanas, aquellas que llegaron, algunas veces, gracias a la “bondad” del CAME, ese CAME que, descifrando siglas, como recomendaba otro personaje de la novela, significa: “Comerán, Ambrientos, Manzanas Europeas”.
Y si ya notó el lector que falta una h, si quiere apuntar que no se escribe ambriento y que lo justo es sumar esa h para que se lea hambriento, le advierto entonces de la certeza de otro personaje de esa misma novela, quien aseguraba que el hambre puede deglutir, incluso, el idioma, comenzando por la h, que es muda. Cuando se tiene hambre, “se le mete a to”. Y quizá sea por el hambre, o ambre, que me resulta tan angustioso escribir sobre uno de los más álgidos asuntos de la vida cubana de ahora mismo. Y juro que me quedaría quieto y sin escribir una línea si no fuera por lo que vi en ese sitio de verdades ausentes, de perdidas verdades, e incluso de “ambrientas” verdades que es Cubadebate.
Resulta que he sabido que ese tal Cubadebate, ese sitiecillo, ese periodicucho del éter, luce una sección de cocina un tanto rara, sobre todo si asumimos que ese Cubadebate, jamás abandona su acostumbrada acritud, esa aspereza que solo sirve para hacer elogios a una “revolución” que no es laudable. Resulta ridículo que Cubadebate tenga un espacio dedicado a la cocina, una columna que nos incita a comer, exhibiendo el nombre de “Sabor y tradición”, en medio de la “gran desolación de las despensas”. Es curioso que el 21 de octubre último, la tal columna propusiera a sus lectores “cuatro recetas con pulpo”.
Cuatro platos que tienen como centro a ese “bichito” de múltiples tentáculos y que vive en el mar que rodea a toda una isla, la más grande de las Antillas, pero que nosotros solo encontraremos, si es que hay buena conexión a internet, en Wikipedia. Cuatro platos con pulpo a pesar de que los cubanos ni siquiera conseguimos llevamos a la boca un calamar, ese pequeño pariente del pulpo, cocinado en su propia tinta o al menos hervido y con una pizquita de sal.
Es gracioso, pero también indignante, que ese sitio tan rojo, tan severo, tan “zocotrococamente” absurdo, “se baje” ahora con esos irrespetos, después de tanto años de ausencia de Nitza Villapol, aquella mujer de cierta gracia que, cuando no creyó prudente seguir haciendo su “Cocina al minuto” en medio de tanta escasez, se dedicara a sembrar, en la visibilidad de ciertas revistas, algunas planticas ornamentales, que aunque no todas servían para ser saboreadas, podían adornar algún rinconcito de nuestras pobrísimas casas, de nuestras miserables cocinas, de nuestros paupérrimos comedores, de nuestra vida de porquería.
Es humillante, y hasta ridículo que nos hablen de repostería en una isla que alguna vez fue la reina del azúcar, y ahora es la emperatriz de lo amargo. Una isla donde la pastelería francesa tuvo espacios centralísimos, lo mismo con Sylvain Brouté que con la dulcería criolla, esa que podía degustarse en un restaurant elegante o en una criollísima fonda, en la casa de un pueblito de provincia y en el intrincado bohío con techo de guano desde donde salían los olores del flan y los casquitos de guayaba, que se percibían a una legua de distancia, como también los olores del arroz con leche, y dónde se deshacía entre dientes el acetoso turrón de maní “hecho en casa”.
Dulcísimos días aquellos en los que el azúcar aún no estaba racionada y era barata, aquellos días en que también los muy pobres se endulzaban la vida; pero ahora un mango es demasiado caro, y la guayaba con la que podría prepararse una mermelada, si es que no escaseara tanto el azúcar en la dulce isla del azúcar, y si no tuviera precios tan elevados para los nacionales, si no desapareciera con tanta frecuencia, si no tuviera, incluso, que ser importada… Y peor resulta pagar elevadísimos precios a ETECSA para conseguir luego el acceso a ese Cubadebate que nos ofrece ciertas imposibilidades culinarias.
Yo no conocía el sitio, me lo recomendó un amigo que lo leyó antes que yo, que se rió tanto como después yo, y que también me sugirió que le dedicara unas líneas si es que llegaba a interesarme en el asunto, y aquí estoy, interesado, y también indignado con lo estrambótico de las propuestas, con las imposibilidades que nos advierten esas recetas de dulces caseros, esos que hicieron nuestras abuelas y que ya a nuestras madres les costó tanto preparar, esos que para nosotros no son más que una quimera, una utopía, como ese socialismo culinario que nos propone Cubadebate.
Cubadebate nos sitúa, otra vez, frente a nuestras imposibilidades. Cubadebate, la torpe, la impúdica, nos pone frente a nuestras limitaciones, esas que tienen tan mal gustillo, esas que Cubadebate, y su “Sabor y tradición”, no perciben o no quieren distinguir, y que hacen que se torne tan amarga nuestra repostería, que se convierta en una salación la cocina nacional, y un imposible la foránea. Sin dudas en Cubadebate escasean las neuronas cuando intentan hacer tan visibles nuestras imposibilidades frente al fogón de socialismo y hambre, de comunismo y muerte. Y yo le recomiendo entonces una visita a “Sabor y tradición”, si es que quisiera divertirse, o indignarse, si es que quisiera comprobar que el ambre pierde la h por hambre.
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