LA HABANA, Cuba. – Hace algunos días se hizo viral en las redes sociales un vídeo en el que se ve a una anciana de piel negra ofendiendo duramente a un joven que hablaba mal de Fidel Castro y Miguel Díaz-Canel. La reacción de aquella mujer y su lenguaje, más agresivo incluso que el del muchacho, ha desatado un debate entre los ciudadanos, aunque curiosamente el tema central no es la ideología, sino la raza, y más concretamente, el racismo.
Una pregunta clave sobre la cuestión racial es si los negros tienen realmente motivos para estar rendidos de gratitud ante Fidel Castro, como se nos ha machacado insistentemente desde la escuela primaria. Abordar el conflicto a menudo implica correr el riesgo de ser acusado de racista, pues el tema se ha vuelto tan sensible que decirle “negro” al negro puede por sí solo constituir una ofensa; así que cualquier reflexión que parta de una visión antropológica, psicosocial o cultural pudiera prestarse a las peores interpretaciones.
Actualmente en Cuba se aprecian dos clases de racismo. Uno de frases jocosamente coloquiales en las cuales se denigra a las personas de piel más negra, aunque estas lo asuman como parte del choteo criollo; y un racismo más profundo, que tiene que ver con una pretendida reorganización de la sociedad en la cual los negros deberán tener su sitio muy bien delimitado.
Al respecto, dos temas parecen cobrar mayor relevancia: la conducta de los afrodescendientes en la sociedad, y la cantidad de ellos que se ha vinculado a la represión. Militares, policías, peones de la Brigada de Acción y Respuesta Rápida, inspectores, agentes del DTI (Dirección Técnica de Inteligencia) e informantes parecen ser oficios bien aceptados por gente de la raza negra. También hay blancos; pero resulta llamativo que mientras éstos dirigen los operativos, los demás se encargan de poner la “mano dura”, convirtiéndose en el rostro público de la represión contra cualquier forma de disidencia.
“En Cuba se asume que todos los negros son delincuentes, y esa creencia popular facilita el camuflaje de los miembros del DTI en los estratos de la delincuencia callejera”, explica un excapitán de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) devenido cuentapropista, quien pidió no revelar su identidad. Basado en su propia experiencia, opina que los negros son un instrumento poderoso en manos de un gobierno que ha sabido exacerbar en ellos, con el pretexto de “defender la revolución que los hizo personas”, la cuota de maldad con que nace cada ser humano.
La retroalimentación existente entre los cuerpos represivos y la población negra se debe, según el entrevistado, a que ésta continúa sumergida en la marginalidad, condicionada por altos niveles de disfuncionalidad familiar y bajos ingresos. Ello provoca que un número nada despreciable de jóvenes aspiren a formar parte de las Fuerzas Armadas o el Ministerio del Interior, atraídos por las facilidades (buena alimentación, artículos de aseo, electrodomésticos, viviendas e incluso el producto de la corrupción) a que pudieran acceder gradualmente, si demuestran ser fieles al proceso.
Otra maniobra de la dictadura ha sido posicionar estratégicamente a personas negras en puestos de relativa importancia; no para que detenten un poder real, sino para que los sectores afrodescendientes se crean representados, enmascarando de paso el enquistado racismo de la cúpula.
La presencia de Esteban Lazo Hernández a la cabeza de la Asamblea Nacional del Poder Popular es una burla más que un orgullo, considerando que su larga permanencia en el cargo no ha contribuido en nada al empoderamiento de la población negra. Lo mismo sucede con Salvador Valdés Mesa (exsindicalista promovido en 2018 a Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros), menos inepto que Lazo; pero igualmente falto de liderazgo e incapaz de salirse del guion.
Fuera de los círculos de poder sería interesante investigar cuántos negros son emprendedores exitosos, y no simples trabajadores por cuenta propia al servicio del empresario blanco. Una ojeada a los negocios particulares prósperos (casas de renta, hostales, restaurantes, bares) revela el predominio de propietarios, dependientes, bar tenders y cajeros de piel blanca, trigueños o mestizos claros; mientras las personas negras se encargan, en el mejor de lo casos, de las labores de higiene, mensajería y estiba.
Para los negros quedarían el “bisne”, las cafeterías estatales, el negocito quincallero y las cooperativas de construcción donde casi nunca son jefes. Al respecto, el antiguo capitán considera que se trata de una cuestión de comodidad, porque es más fácil robar al Estado que al cuentapropista.
“Está también la cuestión de que a la mayoría de los negros no les gusta esforzarse. Escogen la vía más fácil y el Estado hace la vista gorda ante su comportamiento antisocial y delictivo, siempre que den información o golpizas cuando haga falta (…) Algunos se niegan, pero al ser vulnerables por tener antecedentes o estar fichados como potencial delictivo, a la larga se prestan”, asegura.
Esta lógica racista se sustenta además en el conformismo de gran parte de la población negra en medio de una presión económica que los afecta directamente. Ante la crisis, no emigran, ni se rebelan. Muchos parecen acomodados a la rutina de trapicheo, ron y cajón; mientras blancos y mestizos insisten en buscar soluciones fuera de las fronteras cubanas.
“A Fidel no me lo toques”, gritaba la anciana en el vídeo; una reacción bastante común en las personas de su generación, que vieron en la naciente revolución cubana un camino seguro hacia la igualdad social. Dentro de las nuevas generaciones de afrodescendientes, sin embargo, la defensa de la revolución ha derivado en muchos casos hacia un evidente oportunismo que les permite vivir al margen de cualquier engranaje social que promueva normas estrictas de respeto, disciplina y responsabilidad ciudadana.
A este punto se ha llegado gracias a la naturaleza simuladora y manipuladora del mismo poder que ha provocado la ruptura de la familia cubana, la permanente recesión económica y la destrucción de los valores éticos y morales. Después de sesenta años de revolución “con todos y para el bien de todos”, son abismales las diferencias entre los intereses, proyecciones y aspiraciones de negros y blancos en una Cuba de nuevas clases sociales donde la figura del negro, salvo muy honrosas excepciones, se mantiene encadenada a estereotipos similares a los que existían antes de 1959.
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