LA HABANA, Cuba. – Fue el trabajador de un centro de internamiento para enfermos mentales ‒al que conocí mientras yo tomaba una foto a una persona desamparada‒, quien me habló de cómo, a propósito, dejaban escapar a los pacientes cuando las poblaciones aumentaban en esas instituciones del Ministerio de Salud Pública.
No es la primera vez que escucho de tal perversidad, así como de otras similares sobre las que abundan reportajes en la prensa independiente.
Hace algunos años estalló el escándalo por los asesinatos ocurridos en el más famoso hospital psiquiátrico de la isla. Parecía que las cosas cambiarían pero todo quedó en unos cuantos encarcelados y un cambio de personal, como si se tratara de un caso puntual, aislado, y no de la naturaleza de un sistema incapaz de poner orden en el propio caos que genera en todos los ámbitos de lo social y económico.
El oficialismo jamás toca el tema porque, como con tantos otros, dejaría ver un escenario que contradice ese discurso del régimen sobre lo bien que funcionan las cosas en la isla en cuanto a sanidad. También porque están convencidos de que aunque son muchos los desamparados, jamás formarían una multitud organizada que les reclame a gritos y pancartas lo que les correspondería, si la Constitución no fuera apenas un tabloide impreso en papel gaceta que se vende a peso en los estanquillos.
Lo cierto es que no se necesita de esforzadas pesquisas para dar con la prueba que pueda demostrar que ese empleado del hospital psiquiátrico no exagera y que incluso el abandono de personas enfermas, ancianos, alcohólicos y adictos es más que un asunto “coyuntural” (ahora que se ha puesto “de moda” el término).
Frente a la ausencia total de estadísticas sobre la cantidad de personas desamparadas que viven en las calles de Cuba y el silencio alrededor del asunto, es tiempo ya de que surja algún tipo de organización independiente que investigue a profundidad el fenómeno y que dé cuenta a diario sobre la magnitud de este, ya que pareciera ir en aumento quizás hasta alcanzar los niveles que tuviera en los años 90, en medio de la hambruna desatada tras la desaparición de la Unión Soviética, cuando tampoco había un control estadístico, ni siquiera por organizaciones no gubernamentales, pero era fácil determinar por lo que se observaba a simple vista.
Eran y continúan siendo miles de personas abandonadas a su suerte.
Lo peor es que la costumbre los va convirtiendo en invisibles, en una presencia tan natural como esos edificios abandonados, en ruina, que perfilan la silueta de nuestra ciudad y donde suelen pasar la noche esos que salen muy descoloridos en las fotos de una Habana que no sé dónde encuentra razones para festejar los 500 años.
Debieran ser jornadas de duelo por la pérdida de tantas cosas, incluidas la fe, la esperanza y la caridad, virtudes condenadas a ser apenas esa escultura de mármol que guarda la puerta del cementerio de Colón.
Y ya que lo menciono, habrá incluso recursos para restaurar el más famoso camposanto de Cuba pero no alcanzarán los reales para dar techo y comida a esos tan faltos de luces, tan opacos, frente a ese Capitolio de cúpula, bronces y mármoles relucientes.
Lo cierto es que se ha convertido en una práctica habitual dejar las puertas del manicomio abiertas para que el drenaje hospitalario parezca una fuga. De modo que si hubiera muertos por el calor o el hambre, serían las calles el asesino y no el Ministerio de Salud.
Hurgan en basurales, dormitan en paradas de ómnibus, parques, portales sin que nadie les eche por encima una cobija ni les acerque una ración de comida.
Los médicos que tan enérgicos se alistan en “misiones” para comercializar sus servicios fuera de Cuba son los mismos que no se detienen a examinar a ese pobre cubano que vive peor que el más triste de los perros. ¡Qué paradoja!
Por otra parte, los policías organizan el tumulto en las paradas de ómnibus mientras el rastrojo humano tirado en la acera queda allí porque no es asunto de nadie. Mucho menos cuando el presidente no aparece en televisión para hablar del desamparo sino del barco de combustible que no llega y de una solidaridad humana que se limita a dar un aventón porque el transporte público lo han ultimado a golpe de experimentos.
Los desamparados no son prioridad. El combustible, el transporte y los apagones, sí porque evocan ese “periodo especial” que casi enciende la mecha de una explosión popular. Sin embargo, el aumento de los desamparados en las calles junto al profundo desabastecimiento son una clara señal de que estamos en medio de una crisis severa y que alguien que no piensa como país, sino como partido político, no está diciendo la verdad.
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