LA HABANA, Cuba. — El escritor y periodista Armando López Salamó es de los que creen que uno de las más efectivas formas de explicar qué son Cuba y los cubanos es a través de su música. Y es eso precisamente lo que ha hecho en Boleros prohibidos, obra que presentó en la más reciente Feria del Libro de Miami, con la dedicatoria “a todos los autores, intérpretes, orquestadores y músicos cubanos que se vieron obligados a seguir el camino del destierro”.
Para Boleros prohibidos, Armando López seleccionó artículos suyos publicados en las revistas Opina, Encuentro de la Cultura Cubana y Cubaencuentro y en los diarios El Nuevo Herald y El Nuevo Hudson; conferencias sobre la música cubana, dictadas en New York, New Jersey, Miami y Madrid; y entrevistas a Gabriel García Márquez, Olga Guillot, Paquito D’Rivera, Israel López (Cachao), Willy Chirino, las Hermanas Márquez, Johnny Pacheco, Alfredo Rodríguez, Arístides Pumariega, Cheín García y Carlos Manuel Álvarez.
En el libro, Armando López hace un bojeo por la música cubana que va desde las guarachas del siglo XVIII hasta la Nueva Trova, el songo de Los Van Van y el latin jazz. Es un minucioso, agudo y muy bien documentado repaso de todos los géneros que se han hecho en Cuba durante cuatro siglos, en palabras del autor, “mezclando las guitarra española con los tambores africanos, sazonándola con los violines franceses huidos de Haití, laúdes con aire de ópera italiana e instrumentos de viento y estructuras orquestales tomadas del jazz”: la rumba y sus derivados el yambú y la columbia, el guaguancó, la conga, el danzón, el son, la trova, los boleros, el mambo, el filin, el chachachá, el changüí, el songo.
Excelentes las semblanzas que hace López Salamó de los grandes: María Teresa Vera, Rita Montaner, Bola de Nieve, Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, La Lupe, Celia Cruz, Olga Guillot, Frank Domínguez.
En el libro es constante la nostalgia por esa Habana anterior al castrismo donde había más cines que en Nueva York o París y una intensísima vida nocturna que hacía posible recorrer un circuito de 40 kilómetros de música en vivo (¡y qué música!) para todos los gustos y propósitos.
De ahí que este libro constituya también un alegato acusatorio contra una revolución hecha por amargados, acomplejados y psicópatas que no solo nos condenó a la tristeza y la monotonía de todas las dictaduras, sino que ha dañado —y ojalá que no sea de modo irreparable en un futuro— el tejido sociocultural de la Nación Cubana.
Si en algo discrepo con Armando López es en el título que escogió para su libro. El castrismo no solo se ensañó durante años contra el bolero por considerarlo decadente. Sus embates y prohibiciones absurdas y ridículas, sus cruzadas por la corrección política-ideológica-machista y en contra del diversionismo ideológico —que rememora fielmente en el capítulo “Música vieja para el hombre nuevo”— afectaron a toda la música cubana, provocando el éxodo de sus mejores exponentes, aislándonos del mundo e instaurando —digan lo que digan sus pretenciosos y elitistas comisarios culturales— una avalancha de mediocridad y mal gusto.
No obstante, López Salamó reconoce los talentos que —excepcionalmente, a pesar de… y porque Cuba es mucha Cuba— han surgido después de 1959. Pero lo hace poniéndolo todo en su lugar. Puntualiza que el Mozambique de Pello El Afrokán no era más que una conga con orquestación, que la censura permitió que tonadilleros de poca monta se adjudicaran como propias canciones de los Four Seasons o Roberto Carlos, y nos recuerda que la Nueva Trova (que el régimen hizo casi obligatoria) y la música de Los Van Van e Irakere, aún con todos sus valores y calidad, jugaron con ventaja y sin competencia, porque, como diría un asere, “no había más ná…”.
Al respecto, Armando López, ejemplificando con la permanencia de Los Van Van en el gusto de los bailadores cubanos de tres generaciones, escribe: “No tengo dudas de los valores estéticos de Los Van Van ni del talento de Juan Formell, pero vale ponerlos en la perspectiva del tiempo. ¿Hubiera sido igual el éxito de Van Van si la Isla hubiera contado con una fuerte y libre industria de la música que compulsara la creación, producción y comercialización? Quizás El buey cansado, en su momento, se hubiera convertido en un ritmo que recorriera el mundo. O hubieran surgido otras muchas agrupaciones y ritmos que compitieran con Van Van.”
Armando López, nacido en Santa Clara en 1943, fundó en la década de 1980 la revista Opina y el Premio Girasol a los artistas cubanos más populares. En el exilio, ha dado conferencias sobre música cubana en prestigiosas universidades, publicado artículos y entrevistas en periódicos y revistas de Estados Unidos, España y América Latina, dirigió espectáculos musicales en teatros neoyorquinos y durante un tiempo fue editor de CubaNet. Su reciente novela “Los maricones van al cielo” ha sido elogiada por la crítica.
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