GRANMA, Cuba. ─ Las nuevas medidas impuestas en Granma para el supuesto enfrentamiento al rebrote de COVID-19 son consideradas por parte de la población como exageradas y punitivas, reflejo de un fundamentalismo político disfrazado de preocupación social. Argumentan algunos que “cuando en La Habana ordenan quitarle el espejo retrovisor a un ómnibus, aquí las autoridades mandan a desguazarlo, y de paso meter preso al chofer”.
Exageraciones o no, la realidad es que muchos bayameses se sienten asfixiados por un liderazgo político que antepone la intransigencia en el cumplimiento de una orden de “arriba” por encima de una interpretación contextual. Este “exceso de celo” ─aseguran─ violenta la situación, genera el caos y sume al ciudadano en un marasmo social del que sólo logra salir si transgrede la ley, acto que puede hacerlo comisor de un delito penal.
Según estos bayameses, mientras en la capital cubana ─que al igual que la provincia Granma se encuentra en la “fase de transmisión autóctona limitada”─ las medidas diseñadas para esta etapa de mayor contagio de la pandemia fueron implementándose de forma gradual, en Bayamo se impuso, de golpe y porrazo, un paquete de acciones represivo-restrictivas que tienen en jaque perpetuo a sus pobladores y en estado de sitio la ciudad.
No por casualidad los capitalinos pueden usar el transporte público y el privado para salir a zancajear algo para comer. Aunque limitado en parque, rutas y horario, los ómnibus funcionan hasta las nueve de la noche. En cambio, los bayameses tienen que hacerlo a pie, pues tanto la transportación estatal como la privada no puede circular. El 80 % de lo poco que transita está en función de la salud; el resto, de las pompas fúnebres, el partido y el Poder Popular.
En cuanto a la limitación del horario en la prestación de la gastronomía y los servicios a la población la diferencia es abismal. Si allá las bodegas, las carnicerías, los puntos de leche o las panaderías lo hacen de la forma habitual o hasta las 9:00 de la noche, aquí todo se paraliza a la una de la tarde y sólo en la venta de la leche y el pan se mantienen las interminables colas ─armadas desde la madrugada─ hasta donde alcancen los productos.
De igual forma, cuando alguien mira en una emisión del noticiero nacional cómo en cualquier municipio de La Habana decomisan un almacén de productos de aseo, alimentos, electrodomésticos y todo lo necesario para vivir con decoro en medio de la miseria del país, acá, en la televisora local, muestran a un campesino sorprendido infraganti con un saco de viandas y una lista de partes y precios de un puerco para vender en la hambreada ciudad.
Como si no bastara ─y en medio de las nuevas medidas contra la COVID-19─, en Granma se impuso récord de contagios el pasado domingo, con 112, cifra que desmiente una estrategia diseñada para controlar la ira popular, pues no se puede erradicar la pandemia con discursos, partes médicos, promesas vacunales y menos suministrando a los bayameses, Libreta de Racionamiento mediante, dos cajas de fósforos, dos de cigarros y dos tabacos por núcleo familiar.
Por eso no considero exagerados a los bayameses que aseguran con enojo y convicción: “En Bayamo coleccionamos fracasos, multas, hambres, represiones y aplaudimos los dimes y diretes en que ruedan las cabezas y los actos de los representantes del poder”. Cada muestra de sumisión, guataquería y extremismo en busca del reconocimiento y ascenso por parte de la cúpula del poder en el país es una trompetilla ante cada fracaso en su gestión.
Estas opiniones, basadas en situaciones y eventos que bien pueden conformar un decálogo de desilusiones en una población orgullosa del nombre de su ciudad: Bayamo surgió a partir de la Nueva División Político-Administrativa del país (Año 1976) que los convirtió ─más por imposición que consenso─ en “granmenses”, un gentilicio que rechazan en público y en privado por provenir del yate Granma, cuna del retraso que experimentan hoy.
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