LA HABANA, Cuba. – En agosto de 1956, con solo 45 años y una intensa trayectoria artística, murió Jackson Pollock en un accidente automovilístico. Por entonces ya era un pintor de talla mundial, pionero del arte moderno y una poderosa influencia para las nuevas generaciones de artistas.
Impresionado por los muralistas mexicanos, produjo algunas pinturas dentro del lenguaje figurativo. A finales de la década de 1930 comenzó a interesarse por la pintura abstracta, haciendo énfasis en el valor de la materia y el cromatismo, así como en nuevas formas de intervenir la obra.
Durante varios años tomó como referencia el imaginario y la cultura de los indios americanos, pero en 1947 su arte dio el salto definitivo al adoptar la técnica del dripping (goteo), que separó el lienzo del caballete para desplegarlo sobre el suelo y dejar gotear los pigmentos en su superficie, acuñando así las primeras obras maestras del informalismo.
Pollock no se detuvo en esta forma novedosa y atrevida de hacer arte, sino que trabajó la consistencia y textura de las piezas agregándole materiales como arena o fragmentos de vidrio.
Los vientos de la crítica fueron propicios y Pollock se convirtió, junto al holandés Willem de Kooning, en el máximo exponente de la denominada action painting, siendo de los primeros artistas en desprenderse de la composición como un concepto rígido para mezclar los lenguajes caligráfico y pictórico.
Pollock fue un artista libre e intenso, que concebía la obra como un ente con vida propia, una vorágine de colores y trazos que se entrelazan hasta formar una maleza, un caos. Sus pinturas suelen impactar al espectador no solo por el amplio formato, sino por lo vívido del color, la vibración perceptible en la trama densa y compacta, el desafío que se expresa en un planteamiento estético único e independiente.