LA HABANA, Cuba.- En la historia de la percusión afrocubana el nombre de Miguel Aurelio Díaz, “Angá”, está grabado con letras de oro. Nacido el 15 de junio de 1961 en el poblado de San Juan y Martínez, provincia de Pinar del Río, comenzó a tocar a muy corta edad, revelándose como niño prodigio. Sin haber culminado sus estudios, interpretaba y grababa como un profesional. Durante casi diez años formó parte de la agrupación Opus 13 y, en 1987, se integró a Irakere, fundado y dirigido por el maestro Chucho Valdés, donde se consagró como uno de los percusionistas más valiosos y versátiles que ha dado la Isla.
Para los años noventa desarrolló una exitosa carrera en solitario que lo llevó a colaborar con importantes artistas como los Afrocuban All Stars, Omara Portuondo, Orishas, el saxofonista Steve Coleman y el trompetista Roy Hargrove. En 1994 grabó el disco Pasaporte, de Tata Güines, elegido Álbum del Año en 1995, y uno de los mejores de la década. Asimismo, participó en producciones discográficas ganadoras de premios Grammy; tales fueron Buenos Hermanos, de Ibrahim Ferrer, Cristol Habana, de Hargrove, y Mambo sinuendo, de Ry Cooder y Manuel Galván.
Heredero directo del rey Chano Pozo, Angá organizó talleres en la Universidad de Stanford, donde dejó a los estudiantes fascinados con sus variaciones para cinco congas, amén de otras combinaciones para construir patrones rítmicos y solos explosivos.
La relación de Angá con la música era de pura devoción. Más que cosechar éxitos, le interesaba desarrollar todas las posibilidades de su instrumento, sobre el cual teorizó amplia y acertadamente en varias universidades de Estados Unidos y Europa.
Entre sus proyectos más experimentales ocuparon sitios privilegiados Angá Díaz Fussion y Hipbao, definido por el propio músico como “una irresistible compota de tumbao y hip hop”. Su creatividad no tenía límites, como tampoco su admiración por los grandes congueros que le precedieron.
Miguelito “Angá”, la leyenda, murió inesperadamente de un infarto en 2006. Tenía solo 45 años.