LONDRES, Reino Unido.- Raúl Castro no tiene a quién dejarle Cuba. Habiendo gobernado la isla más tiempo que ningún otro hombre, salvo su hermano, Raúl llega al final de su supuesto último término como jefe del Estado sin saber muy bien a cuál de los serviles cortesanos que lo rodean va a entregar el país que él mismo heredó de Fidel, como si hubiera sido parte del tesoro de su familia. Todavía existe la posibilidad, aunque en apariencia remota, de que no pudiendo escoger un sucesor confiable entre tantos nadies, Raúl decida seguir siendo presidente de Cuba hasta el día en que se caiga muerto. Lo más probable, sin embargo, es que no teniendo ningún Salomón entre sus posibles herederos, nada más que alfeñiques, Raúl se resigne a ser sucedido, aunque sea, en un primer momento, solo formalmente, por alguien que, hasta donde se ve, tiene la edad adecuada y ninguna otra cualidad para gobernar Cuba en un momento en que ni Salomón sabría cómo hacerlo, el rigurosamente inocuo Miguel Díaz-Canel, que fue puesto en la posición de vicepresidente primero, para sorpresa del país y quizás de él mismo, cuatro años atrás.
La actual posición de Díaz-Canel no es garantía de que vaya a convertirse en el quinto presidente de Cuba desde 1959. Todavía le queda tiempo de meter la pata, ofender o decepcionar a Raúl o, peor, dar alguna indicación de que no sería, si lo hacen presidente, tan dócil y gris como hasta ahora. Si se le escapa una nota de sinceridad o inteligencia, si susurra al oído de su esposa o su mejor amigo un chiste sobre Raúl, y la Seguridad del Estado lo oye, si le dice a alguien lo que haría como presidente si fuera presidente de verdad y no solo de mentiritas, Díaz-Canel irá a parar a donde están Carlos Aldana, Roberto Robaina y Carlos Lage, al fondo de la historia de la revolución, un paraje horrísono habitado por los cadáveres insepultos de antiguos príncipes comunistas, caídos súbitamente en desgracia y ejecutados con un gran golpe de sable por la furia de Fidel o la de Raúl. Díaz-Canel es casi el único sobreviviente de alguna relevancia entre los políticos de su generación, lo que indica que, si bien le faltan otros talentos, tiene sin dudas el de complacer a sus jefes o al menos, el de no causarles molestia o preocupación.
Artículo publicado originalmente en El Estornudo. Para leer el texto completo, haga clic aquí.